Enseñanzas sitiadas
Docentes españoles dan clase a jóvenes músicos palestinos
"De mayor me gustaría ser pianista, si tengo la oportunidad". Ramzi Shomali, 17 años, desliza esta coletilla en muchas de sus frases. Lo desalentador es que la oportunidad no depende de su talento. Si Ramzi y el resto de los alumnos más sobresalientes del Conservatorio Nacional Palestino Edward Said "vivieran en Europa, tendrían becas, estarían viajando por el mundo buscando los mejores profesores", cuenta la profesora de música Ana Uribarri. Pero viven en la Cisjordania ocupada por Israel. Algo que lo complica todo.
"Si estos alumnos vivieran en Europa, tendrían una beca", dice una profesora
Beit Sahur, al lado de Belén. En una de las humildes aulas suena la segunda sonata de Joaquín Turina para piano y violín. Parece que el joven Ramzi trae la lección aprendida, pero a su compañero la partitura se le resiste. Avergonzado, el muchacho explica que ayer había podido ensayar, pero que "hoy no, por el trabajo".
Ramzi y algunos de sus compañeros participan en una semana de inmersión en la música de cámara española. El tiempo apremia y ya sólo quedan dos días para el concierto. Será la culminación del taller que, de la mano de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) en Jerusalén, han venido a impartir Ana, violinista, y su hermana Idoia, pianista.
Falla, Sarasate... "son novedad aquí y los chavales están encantados". Unos alumnos que, recalcan ambas, "son muy buen material". Se esfuerzan mucho. Las hermanas Uribarri están anonadadas de que incluso los musulmanes que hacen Ramadán acudan a clase como clavos aunque lleven horas sin probar bocado ni beber una gota de agua. Profesoras de sendos conservatorios en España, les sorprende la capacidad de trabajo y el entusiasmo con el que afrontan los muchos obstáculos que se les ponen delante estos alumnos palestinos.
Ramzi -"En mi familia no hay músicos, pero sí grandes amantes de la música"- necesita un nuevo piano. Para encontrar uno asequible debería viajar a Jerusalén, a unos 10 kilómetros de distancia. Pero para eso requiere un permiso del Ejército israelí. Y se lo han denegado. Algo muy habitual, y más si quien lo solicita es hombre y joven. De todos modos, Ramzi ha podido salir al extranjero dos veces para tocar en Francia y en Emiratos Árabes Unidos.
No es la primera vez que este adolescente y sus estudios musicales se topan con la ocupación. Cuenta que dos años atrás fue aceptado en una escuela de música de Jerusalén Oeste (la parte judía de la ciudad santa). Aquellos profesores, israelíes, intentaron interceder ante las autoridades para conseguirle la autorización de entrada. De nada sirvió.
"Necesito un vibratto al principio", les dice la profesora Ana Uribarri, en inglés, a sus alumnos más pequeños, un grupo de seis violines. Cinco niñas, todas con el pelo descubierto -la presencia cristiana aún es importante en la zona de Belén-, y un chaval, el primer violín. Lo intentan varias veces y cuando por fin lo bordan les recompensa con un "¡Bravo!".
En esta aula se oye alguna risa y algún que otro cuchicheo en árabe. No en la del pianista Ramzi y su compañero violinista. Aquí el ambiente es mucho más serio. Ramzi tiene un sueño. Y tiene claro qué pasará si no puede cumplirlo: "Si no pudiera ser pianista, me perdería muchas cosas".
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