Lo viejo y lo nuevo
Da pena y horror el caso del hombre a quien, según la hipótesis de la policía, cuatro muchachos quemaron el jueves en Lucena para grabarlo con la cámara del teléfono móvil. Es una nueva modalidad de delincuencia que se adapta a la costumbre antigua de molestar, perseguir, insultar y maltratar a personas un poco incapaces, locos o borrachos, viejos y pobres. Antes cada ciudad, igual que tenía iglesia, tenía alguna criatura elegida para hacerle la vida imposible. Eran criaturas que encarnaban lo que nadie quería ser, como si personificaran todas las debilidades de cada uno de los miembros sanos de la comunidad para que todos les tiraran piedras. La novedad del caso de Lucena es el grado de crueldad de los delincuentes y el gesto de grabar el crimen.
Hemos cultivado una insensibilidad brutal que, para ser conmovida, pide cada vez más conmoción
Pero el nivel de impiedad pública, general, ha bajado. La brutalidad callejera era bastante superior a la de hoy en el pasado inmediato, cuando servían de motivo de burla defectos físicos, peculiaridades de vestuario o modos de hablar. Y, al margen de los tiempos, el mal profundo perdura siempre, siempre repetido. Incluso los tipos de los jóvenes sospechosos de Lucena son tradicionales: la muchacha de 18 años expulsada de la escuela, sin padres, los tres adolescentes quinceañeros, vecinos del mismo bloque y el mismo barrio, el del Sagrado Corazón, según ha informado Manuel Planelles desde Córdoba en estas páginas. Uno, de 16 años, ya no va al instituto; los otros faltaron a clase el jueves por la mañana. No se levantaron muy tarde. Se supone que, en torno a las diez y media, atacaron a su víctima, un solitario alcohólico que madrugaba y, a eso de las ocho, ya pedía tabaco en la calle y compraba vino en una gasolinera.
Jesús María Ruiz, subdelegado del Gobierno en Córdoba, dice que los presuntos homicidas son hijos de familias normales, niños con ordenador y teléfono móvil. Yo diría que disponen de un equipo propio de jóvenes empresarios. Estos detalles demuestran lo contradictorias que son las cosas: elogiamos el poder educativo de las nuevas tecnologías y condenamos la maldad de Internet, peligrosa oportunidad para el libre tráfico de imágenes perversas, avisan algunos, olvidando que Internet, como la vieja imprenta, sólo es un instrumento que puede ser usado tanto para el bien como para los mayores atropellos. La renovación técnica está siendo aprovechada por los antiguos partidarios de la censura previa en prensa para difundir la idea de aplicar la censura previa en Internet.
Nos estamos habituando a confundir la verdad y la ficción. Hemos visto en televisión imágenes bélicas que todavía no sabemos si eran un montaje o un momento real. El cine y la televisión nos enseñan el mundo como una sucesión de imágenes rápidas y traumáticas. Hay programas de divertimiento televisivo hechos de tropiezos, caídas y descalabros auténticos: derrapes y accidentes de personas y coches han sustituido a los lanzamientos de tartas del cine mudo. Tenemos la mirada acostumbrada al sobresalto doloroso y hemos cultivado una insensibilidad brutal que, para ser conmovida, pide cada vez más conmoción, estupor y apabullamiento. El aburrimiento profundo exige estropicios fenomenales. "La vida es un gran juego de vídeo", dice un personaje de Crónicas del asfalto, cuentos juveniles contemporáneos de Samuel Benchetrit.
El caso de Lucena, bajo secreto judicial y con los supuestos delincuentes en el reformatorio o en la cárcel, demuestra que la realidad aplica el mismo criterio de exacerbamiento de lo bestial que una película de éxito: el gamberrismo se ha transformado en asesinato. Pasamos las horas muertas ante el ordenador y la televisión, mirando pasivamente imágenes móviles en color. Según el estudioso de la percepción Ruggero Pierantoni, esta parálisis voluntaria daña nuestra competencia para movernos en el espacio real. Los únicos que conservan sentido verdadero del espacio son los boy scouts y los criminales, que apagan el ordenador y se lanzan a la calles. Hemos perdido competencia espacial, pero también competencia moral. El tradicional y fanfarrón exhibicionismo verbal de los más brutos ha sido sustituido por el exhibicionismo visual.
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