El resquicio legal
.La capacidad para la elaboración y para la sorpresa tiene poco que ver con el engolamiento y con el sinsentido. Pero, poco a poco, sobre todo a raíz del éxito de la magnífica Seven (David Fincher, 1995), el thriller procedente de Hollywood se ha ido convirtiendo en un pozo de arbitrariedades disfrazadas de presunta originalidad. Ahora lo importante no son el retrato de caracteres, la puesta en marcha de los mecanismos del suspense ni la lógica narrativa que, por medio de un in crescendo, lleva a una resolución acorde con lo contado hasta ese momento. En el nuevo thriller americano lo imprescindible es epatar con un final inimaginable. Y si a esa conclusión, en principio impactante por sí misma, le sucede un segundo desenlace, otra vuelta de tuerca que deja todavía más patidifuso al espectador, pues mejor aún.
FRACTURE
Dirección: Gregory Hoblit. Intérpretes: Anthony Hopkins, Ryan Gosling, Rosamund Pike, David Strathairn, Embeth Davidtz. Género: thriller. EE UU, 2007. Duración: 113 minutos.
A Hopkins le basta el guiño de un ojo filmado para parecer aún más inteligente
Fracture, enésima reconstrucción del llamado crimen perfecto, dirigida por el tejano Gregory Hoblit, es la última entrega de esta variedad del moderno cine de intriga, basada en un abracadabra constante, que poco tiene que ver con asuntos como el raciocinio narrativo.
Gracias a recientes casos reales y tan mediáticos que no es necesario concretar con nombres ni características determinadas, el ciudadano de a pie con una mediana información ha caído en la cuenta de que no es suficiente con que una o varias personas sean sospechosas de un crimen para que éstas puedan ser acusadas formalmente. También es necesaria una seguridad física, basada en la aparición del arma del delito, o el cuerpo del finado. Los múltiples indicios, quizá no pruebas, pueden llevar a la conclusión de que algo huele a podrido en Dinamarca, pero de ahí a la condena hay un paso largo. Fracture se basa precisamente en ese resquicio legal para componer uno de esos estudiadísimos artefactos cinematográficos que, tras su culminación, admiten de mala manera un repaso de lo acontecido desde el inicio.
Hoblit, veterano productor y realizador televisivo, forjado en series de calidad como Canción triste de Hill Street o La ley de Los Ángeles, se pone esta vez al mando de un producto radicalmente alejado de la visión realista del crimen que daban aquellas series. Por ello, quizá consciente de que a semejante historia es necesario otorgarle otro tipo de tratamiento, opta por una doble vía: la grandilocuencia en la puesta en escena, y la explotación de dos cabezas de cartel con aura de lucha intergeneracional.
Las cámaras lentas en los momentos clave y las decenas de vueltas en círculo de la steadycam en secuencias en las que no es necesaria semejante trascendencia dan fe del artificio en la dirección. Mientras, el veterano Anthony Hopkins se ve enfrentado al todavía unidireccional Ryan Gosling, hasta ahora excelente en papeles fuera de norma. Cierto que uno de ellos, el de Half Nelson, le llevó a conseguir una candidatura al Oscar al mejor actor, pero aquí da la impresión de estar un tanto fuera de sitio como fiscal de traje impoluto y supuesta educación exquisita, con el que poco concuerdan sus caídas de mirada y sus ademanes de pandillero (su forma de coger el tenedor en la aristocrática cena en casa de su novia da fe de ello). De modo que el supuesto duelo interpretativo queda en simple conato de lucha, porque a Hopkins le basta el guiño de un ojo filmado en primerísimo plano para parecer aún más inteligente y criminal de lo que ya se supone que es su personaje.
Babelia
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