Sueños rotos
Mi amigo Mohamed tenía un sueño: cruzar el Mediterráneo y venir a vivir a Europa. A los 16 años consiguió llegar a Barcelona y regularizar su situación. Ahora está a punto de cumplir los 18 y, para poder renovar su permiso de trabajo, ha de reunir muchísima documentación.
Le piden, entre otros muchos documentos, un certificado que acredite que la empresa en la que está trabajando no tiene ninguna deuda contraída con la Seguridad Social. Si no lo consigue, Mohamed perderá su permiso de trabajo. La empresa en la que trabaja tiene muchas deudas. Su jefe intenta por todos los medios mantener los cuatro puestos de trabajo, pero no puede afrontar todos los gastos.
Quizá es mala gestión o mala suerte. El caso es que las deudas de la empresa en la que trabaja no podrán ser saldadas en un futuro inmediato y Mohamed no podrá renovar su permiso de trabajo. El sueño de Mohamed se acabará por la mala suerte o la mala gestión del empresario que lo contrató.
¿Cómo es posible que un trabajador tenga que pagar por la deuda de la empresa en la que trabaja? Mohamed tendrá que pagar un alto precio por los errores de otros. El Estado se lo cobrará arrebatando el sueño de un adolescente y empujándolo a la precariedad de la irregularidad y sumiéndolo en la desesperación de quien, por culpa de la burocratización de una política más preocupada en blindar el bienestar de una Europa cada vez más replegada en sí misma que en responder a las necesidades de las personas, ve cómo su futuro retrocede al punto de partida: su Tánger natal, adonde quizá algún día será repatriado.
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