El Reino Unido debe elegir entre dos males
El debate europeo en el Reino Unido está como en la película Atrapado en el tiempo. Los conservadores exigen un referéndum sobre la vil conspiración de Bruselas para imponer sigilosamente al Reino Unido una Constitución europea. El Gobierno se resiste, con una serie de excusas retorcidas. La prensa euroescéptica protesta. "Europa" es una cosa espantosa que nos están imponiendo unos siniestros "ellos". Los británicos hemos oído todos los argumentos un millón de veces. Cualquier persona sensata está harta y aburrida a estas alturas.
Y todo esto, antes incluso de que tengamos un tratado sobre el que votar. El comité parlamentario británico que ha armado el jaleo más reciente, al decir que el texto reformado que se propone ahora es en sustancia el mismo que rechazaron los votantes franceses y holandeses, se limitaba a dar su opinión sobre el acuerdo alcanzado en la última cumbre de líderes de la UE sobre las líneas generales de un nuevo tratado. La próxima semana, los dirigentes europeos confían en obtener un "acuerdo político" detallado sobre el texto, pero no estará concluido y firmado hasta finales de año.
Dicho esto, sabemos bastante bien hacia dónde nos encaminamos. Este tratado refuerza la UE ampliada en ciertos aspectos (por ejemplo, en la coordinación de la política exterior) y la hace más eficiente en otros (por ejemplo, una Comisión Europea más pequeña, en la que ya no habrá un comisario por cada uno de los 27 Estados miembros). Extiende los poderes de las instituciones centrales de la UE en ciertos sentidos (el voto por mayoría cualificada en materia de energía y política de ayuda), pero también incorpora más mecanismos de control y equilibrio, incluidos los poderes de "tarjeta amarilla" para los Parlamentos nacionales que quieran oponerse a nuevas leyes europeas. Será una medida integradora mucho más moderada de lo que en su día fueron el Acta Única Europea -que suscribió la entonces primera ministra conservadora Margaret Thatcher- y el Tratado de Maastricht -firmado por el entonces primer ministro conservador John Major-, pero desde luego es algo más que unos meros ajustes. De modo que no es demasiado pronto para preguntar si el Reino Unido debe someterlo a referéndum. He aquí cinco buenos argumentos y uno malo en contra del referéndum.
El tratado no era una Constitución, nunca lo fue, y ahora lo es todavía menos.
Se dijo que era un "tratado para establecer una constitución para Europa", pero nunca una Constitución. Ahora bien, es verdad que sustituía los tratados anteriores, que habían formado una especie de constitución por acumulación, por un solo tratado unificador. Ya no es así. Éste de ahora es un "tratado de enmienda" más, como los que ya existían.
Aunque en lo sustancial sea el mismo tratado para otros, no lo es para el Reino Unido.
Aparte del significativo cambio que acabo de mencionar, el nuevo borrador de tratado es, en lo fundamental, muy parecido al anterior, que Tony Blair y el Partido Laborista, en las últimas elecciones, prometieron someter a referéndum. Pero el Gobierno de Brown ha negociado varias matizaciones, aclaraciones, concesiones y compromisos, en parte porque cree en ellos pero, sobre todo, para no acceder a las exigencias de que lo convoque.
El Reino Unido tiene una democracia parlamentaria, no plebiscitaria.
Cuando los conservadores estaban en el Gobierno, se resistieron enérgicamente a las demandas de referéndum sobre el Tratado de Maastricht, que incluía cambios mucho más trascendentales. Es normal que haya distintas opiniones sobre este punto, por supuesto, pero no es sólo eso. ¿Cómo decidimos qué temas tienen la importancia suficiente para justificar un referéndum?
El mundo necesita que Europa tenga una voz más fuerte, y lo necesita ya.
Lo que ahora se llama Unión Europea ha hecho algo importante en cada decenio: el mercado único en los ochenta, la moneda única en los noventa, la histórica ampliación hacia el Este en el primer decenio de este siglo. El gran asunto del próximo será qué va a hacer Europa en y por el mundo más allá de sus fronteras, desde su aportación al desarrollo (la UE posee el mayor presupuesto para ayuda del mundo) y la forma de abordar el cambio climático hasta la paz en Oriente Próximo. Hemos desperdiciado años con las indecisiones internas sobre nuestras estructuras institucionales. Deberíamos tener sobre la mesa unas propuestas propias sobre Rusia, Irán y el cambio climático cuando el nuevo presidente de Estados Unidos entre en la Casa Blanca, en enero de 2009. A pesar de todos sus defectos, este tratado nos permitiría poner en marcha lo que hace falta. Si lo retiramos, Europa volverá a dedi
car más años a mirarse el ombligo, mientras Rusia y China nos atropellan y el planeta se vuelve incontrolable.
Si el Reino Unido vota "no" al tratado, estaremos tirando piedras contra nuestro propio tejado.
El Reino Unido es un país de tamaño medio, que por sí solo no puede alcanzar más que una pequeña parte de los objetivos que los propios conservadores proclaman. Para salir adelante necesitamos una Europa eficaz. Así que este tratado beneficia los intereses nacionales británicos.
Y éste es el mal argumento:
Si celebráramos un referéndum, el Gobierno lo perdería.
En otras palabras, puro miedo. La verdad es que, cuando hablo en privado con mis amigos británicos pro europeos, ése es el argumento definitivo, casi de forma invariable. "¡Lo perderíamos!". Sé que sólo con escribir esto les estoy haciendo un regalo a los euroescépticos. "Mirad", se regodearán, "hasta Timothy Garton Ash reconoce que el verdadero motivo es el miedo. ¿Por qué no se fían los pro europeos de nuestro pueblo?". Pero nuestro deber, como periodistas, escritores, profesores o intelectuales, no es repetir las líneas oficiales de los partidos. Es decir la verdad. Y ésa es la verdad. Con todo lo razonables que son los demás argumentos, el malo es el más decisivo. Si los pro europeos británicos pensaran que pueden ganar el referéndum, como en 1975, seguramente querrían convocarlo. Mientras ésa sea la situación, los pro europeos y los ministros laboristas que se oponen al referéndum ofrecerán una imagen débil, defensiva y falsa. No importa que muchos de los conservadores que exigen la votación tampoco sean sinceros. Cuando estaban en el Gobierno se habrían apuntado a algo muy similar. Es lo que han hecho todos los Gobiernos conservadores desde hace 35 años. A la hora de la verdad, uno trata de obtener el mejor acuerdo posible y luego -como Edward Heath, Thatcher, Major- se lanza a ello, por el bien de los intereses nacionales. Si David Cameron estuviera en el poder, haría lo mismo. Pero, mientras los laboristas no estén dispuestos a llevar el debate a las urnas, siempre estarán a la defensiva. Además, me da la impresión de que, en el fondo, Brown no cree en este tratado ni la mitad de lo que creía Blair. Así que nos encontramos ante la perspectiva de un espectáculo de títeres en el que tanto Cameron como Brown intentarán vender unas medias verdades en las que sólo creen ellos. Uno defiende el tratado y el otro se opone, pero ambos sin verdadera convicción.
En el pasado ha habido muchas propuestas europeas con las que no estaba de acuerdo, pero con este tratado sí lo estoy. Es una forma de poner orden institucional y adaptar la UE ampliada al siglo XXI; es confuso y poco espectacular, pero, en conjunto, positivo para el Reino Unido, Europa y el mundo. Por desgracia, los británicos tenemos ahora que elegir entre dos males: o impulsamos una cosa que es positiva mediante los procedimientos establecidos de la democracia parlamentaria, pero sin la aprobación clara del pueblo, o buscamos esa aprobación popular en un referéndum que seguramente perderemos. No porque los adversarios dispongan de argumentos mejores, sino porque, durante muchos años, los Gobiernos británicos no han sabido presentar esos argumentos ni dotar a los ciudadanos de lo necesario para tener una opinión informada.
¿Cuál de los dos es el mal menor? Muchos de mis amigos pro europeos se enfadarán conmigo por decir esto, pero tengo que reconocer que estoy soñando con una lucha a cara descubierta. Que suenen las trompetas, que se tensen los músculos, y salgamos de esta ciénaga. Por lo menos, sería distinto a permanecer atrapados en el tiempo.
Timothy Garton Ash es historiador británico, profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
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