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Reportaje:

La huella que deja un sabio

Amigos y discípulos evocan la vigencia intelectual y humana de Koldo Mitxelena en el vigésimo aniversario de su muerte

Intelectual e investigador incansable, ciudadano comprometido con su país, artífice del euskera unificado e impulsor de la filología y la lingüística vascas como disciplinas homologables internacionalmente. Así recuerdan a Koldo Mitxelena (Rentería, 1915; San Sebastián, 1987) quienes fueron sus discípulos, amigos y, en algunos casos, continuadores de su labor académica. "Los demás, si nos podemos llamar filólogos vascos, es en gran medida gracias a él", resume el catedrático de Filología Vasca de la UPV Joseba Lakarra la influencia que en su carrera y la de otros jóvenes universitarios tuvo el "maestro Mitxelena", de cuya muerte se cumplieron ayer 20 años.

"La lista de sus aportaciones a la lingüística vasca es tan amplia que quizás sería bueno centrarse en una sola, la más básica, constituirla como tal disciplina", añade Lakarra. Base de esa labor fueron obras como Fonética histórica vasca (1960) y Nombre y verbo en la etimología vasca (1970).

Sin embargo, su aportación académica, aún vigente hoy, trascendió el ámbito de los estudios vascos. Obras como Lenguas y protolenguas (1963) le colocaron entre los principales lingüistas de la segunda mitad del siglo pasado, destaca José Antonio Pascual, miembro de la Real Academia Española, quien conoció a "Don Luis" en 1962 cuando este trabajaba como profesor en la Universidad de Salamanca. "En el campo de la lingüística histórica no hay en toda Europa una sola obra como ésa. Tiene la solidez de los conocimientos de toda la filología, pero además una profunda inteligencia", enfatiza quien con los años se convertiría en amigo de su maestro y desde hace año y medio dirige el proyecto del Diccionario Histórico de la Lengua Española.

"Cuanto más tiempo pasa, más claro queda que este país ha tenido dos sabios de alto nivel en el siglo XX: Koldo Mitxelena y Julio Caro Baroja", sentencia otro de sus antiguos discípulos, el hoy catedrático de Lingüística Indoeuropea de la UPV Joaquín Gorrochategui.

Encarcelado tras la Guerra Civil por haber sido miembro de un batallón nacionalista, su estancia de ocho años en el penal de Burgos no truncó su pasión por las lenguas. Algunos reclusos aprovecharon su confinamiento para enseñarse mutuamente los idiomas que dominaban y organizaban lo que llamaban "juegos lingüísticos", evoca la escritora guipuzcoana Arantxa Urretabizkaia, cuyo padre, Patxi, compartió prisión con Mitxelena. En aquellas competiciones, ya empezó a mostrar su destreza intelectual repitiendo "de memoria y palabra por palabra" párrafos de textos sobre cualquier materia que le leían sus compañeros.

En la cárcel, Mitxelena leyó el Manual de Gramática Histórica Española de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968). Inmediatamente comprendió que para modernizar los estudios de la lengua vasca resultaban imprescindibles textos de un calibre similar a aquél y que él quería contribuir al desarrollo de esa disciplina.

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Vigencia absoluta

En 1951 se licenció en Filología Clásica en Madrid, donde se doctoró ocho años después con una tesis sobre fonética histórica vasca. En 1967, se convirtió en el primer catedrático de Lenguas Indoeuropeas de España por la Universidad de Salamanca y poco después fue nombrado miembro de varias asociaciones internacionales de lingüística, casi al mismo tiempo que Euskaltzaindia le encargaba elaborar una propuesta para la creación del euskera batua.

Esa formación le permitió dar un impulso definitivo a los estudios sobre la lengua vasca. "La filología vasca es otra después de Mitxelena. Sus obras hacen homologar completamente un campo como la vascología dentro de la ciencia internacional", sostiene el vicepresidente de Euskaltzaindia, Henrike Knörr, quien trabó amistad con Mitxelena cuando estudiaba en Salamanca en 1962.

Para entonces, Mitxelena llevaba ya diez años trabajando en lo que desde 1987 (dos meses después de su muerte) se convertiría en el Diccionario General Vasco, obra de referencia para cualquier estudio sobre el euskera. "Tras 20 años,todos sus trabajos tienen una vigencia absoluta", sentencia el actual director de la publicación, el académico de Euskaltzaindia Ibon Sarasola. "Sin su impulso, simplemente no se habría publicado esa obra", concluye.

El maestro comprometido con un patriotismo crítico

Koldo Mitxelena sólo abandonó su cátedra de Salamanca, donde gozaba de un gran prestigio, cuando recibió una llamada para colaborar en la creación de una universidad pública vasca. "Entendía que debía comprometerse con su país", recuerda Gregorio Monreal, junto con el que formó el primer órgano provisional de gobierno de la nueva institución entre octubre y diciembre de 1979. "Tenía un patriotismo vasco muy subido, de carácter existencial y crítico. Su forma de compromiso consistía en crear instituciones válidas para el país", añade Monreal, actual catedrático de Historia del Derecho de la UPNA y quien fue el máximo responsable de la UPV de 1981 a 1985.

Sin embargo, la creación de la nueva universidad se convirtió en una carrera de obstáculos. El ex rector recuerda que Mitxelena "llegó a escribir que sufrió tanto como en el tiempo en que estuvo condenado a muerte por Franco".

El compromiso de Mitxelena con el proceso de cambio recién iniciado en Euskadi se reflejó también en su oposición radical a la violencia. "Para él lo cómodo habría sido mirar hacia otro lado en sus últimos años, por ejemplo en el caso de la violencia de ETA", explica José Antonio Pascual. "Sabía que todo aquello no llevaba a ninguna parte y lo dijo en momentos en que no le beneficiaba de manera particular", añade. Monreal recuerda que, "siendo como era un patriota vasco, decía que no hay más patriotismo válido que el crítico. Esto le convirtió en una referencia obligada para la gente que vivió con él durante la década de los setenta y los ochenta".

Disuelto aquel primer órgano de gobierno universitario por la dimisión de sus miembros, Mitxelena se centró en su labor dentro de la recién creada Facultad de Filología y Geografía e Historia de Vitoria, donde ejerció como docente hasta su jubilación.

Quienes le conocieron en esas aulas recuerdan su carácter franco y su tendencia natural a "no callarse nada", según destaca Joseba Lakarra. "Podría llegar a ser desabrido, pero para quien le interesaba el conocimiento y no imágenes edulcoradas de las cosas, era lo mejor que uno podía tener como profesor", rememora.

Su carácter y su talla intelectual dejaron de esta forma una profunda huella en sus alumnos. La influencia en toda una generación de jóvenes lingüistas que con los años darían continuidad a su obra fue, sin duda, el último legado del maestro.

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