Dos intelectuales a la greña en la corte del Elíseo
Bernard-Henry Lévy y el asesor presidencial Henri Guaino se insultan a propósito del racismo
En Francia, los nuevos tiempos han resucitado la mejor tradición de las trifulcas entre intelectuales. Henri Guaino, el autor de los discursos del presidente, Nicolas Sarkozy, y el pensador en nómina del Elíseo, y BernardHenry Lévy, el último de los nuevos filósofos que todavía no se ha pasado al campo de la derecha, son los protagonistas de una pelea a navajazos verbales que tiene la virtud de mostrar la textura del debate que subyace actualmente en la sociedad francesa, especialmente en lo que hace referencia a la identidad, la inmigración y el pasado colonial.
Los términos no han podido ser más explícitos. Bernard-Henry Lévy, conocido como BHL, llamó "racista" a Guaino por el contenido de un discurso pronunciado por Sarkozy en la capital de Senegal, Dakar, en el que señalaba "al hombre africano" como el principal freno al desarrollo del continente. La respuesta de Guaino ha sido brutal. "Este pequeño idiota no me interesa. ¿Quién se cree que es? ¿Qué ha hecho de extraordinario en su vida para permitirse juzgarme de esta forma? No le gusto. A mí tampoco me gusta él. Él no ama a Francia. Yo, sí. Tiene veneno en los labios y escupe odio por todos lados".
Los navajazos verbales muestran la textura del debate que subyace en la sociedad francesa
BHL se dedica estos días a promocionar su nuevo libro, Ce grand corps à la renverse (Grasset), en el que básicamente se distancia del proyecto sarkozysta y proclama su fidelidad a la izquierda. Su amistad personal con el presidente no le impidió apoyar a la candidata socialista, Ségolène Royal, pero su falta de sensibilidad social y algunas de las tesis de su libro, especialmente las advertencias al Partido Socialista para que deje de obsesionarse por la extrema izquierda y mire hacia el centro, le han valido todo tipo de críticas desde la izquierda.
Tal vez por ello, en una entrevista promocional, Lévy decidió arremeter contra Guaino denunciándolo como el autor de algunos de los discursos más "innobles" que ha pronunciado Sarkozy, concretamente el que aseguraba que "el drama de África es que el hombre africano no ha entrado en la historia (...), nunca se lanza hacia el futuro". Según BHL, Sarkozy no debió ni siquiera leer el texto del discurso en el avión porque "no es racista, no puede pensar cosas así". Para el filósofo, "es Guaino el autor de este discurso innoble (...), decir esto es asqueroso (...), es racismo".
Para BHL, la fuente de inspiración de Guaino no es otra que el ideólogo del régimen colaboracionista de Vichy, Charles Maurras, el referente de la extrema derecha nacionalista francesa. "¿Así que cuando se habla de antropología se es racista?", responde Guaino. "Asumo el discurso de Dakar línea por línea, palabra por palabra, con las comas incluidas. Pero este discurso es el discurso del presidente de la República: si no lo hubiera querido pronunciar no lo habría hecho. Cretinos los ha habido siempre. ¿Qué quiere usted que conteste a este hatajo de tonterías?".
La dureza verbal de esta pelea entre el filósofo que se reivindica de izquierdas, aunque con matices, y dice ser amigo personal del presidente, y el consejero más próximo del jefe del Estado, su aprovisionador ideológico, autor de sus discursos, describe perfectamente la ansiedad con la que el país de los derechos humanos, que a lo largo de la historia ha sido uno de los grandes crisoles sociales en los que se ha mezclado la inmigración de todo el planeta, contempla ahora cómo su Gobierno de apertura se desgarra mientras el Parlamento aprueba leyes restrictivas al reagrupamiento familiar.
Muestra de este desconcierto es que ayer se inauguró en París la Ciudad Nacional de la Inmigración, un museo que pretende mostrar la aportación de los inmigrantes a la construcción de Francia. Ni un solo político, ni ceremonia de inauguración, ni ministros. Ni siquiera la secretaria de Estado para la Política de las Ciudades, Fadela Amara, de origen magrebí, que el martes calificó de "asquerosa" la instrumentalización que el Gobierno al que pertenece hace de la inmigración. El museo, concebido en otra época, difunde una idea de la inmigración radicalmente distinta de la del presidente Sarkozy.
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