Democracias con corona
En un primer momento, la nueva monarquía española pudo parecer algo extravagante, pero el caso es que hoy siete Estados de la UE son sólidas monarquías parlamentarias, o democracias con corona. En ninguno de ellos se plantea seriamente dejar esta forma política. Podría dificultar el avance de Europa hacia un Estado federal, pero eso no está en el menú. La UE es una nueva forma política, una Unión en la que perviven los Estados, repúblicas y monarquías parlamentarias. Con la crisis provocada por la muerte de la princesa Diana, no fue la institución monárquica la que realmente se tambaleó, sino la figura de Isabel II. Pues, aunque no sean de carácter electivo, también los monarcas en democracia están sometidos a los vaivenes de la opinión pública, lo que es un saludable síntoma de modernización de una institución demasiado sometida, en nuestro país y en otros, a peculiares tratos mediáticos.
La monarquía verdaderamente parlamentaria y democrática española es reciente. Por mucho que se busque el hilo conductor hacia épocas y dinastías anteriores, su legitimación procede de la Constitución, de la que forma parte integral, aunque la transición, a la que contribuyó decisivamente la actitud del Rey, y su producto fueran resultantes de las varias fuerzas existentes en la época. La Constitución es un contrato social entre los españoles, al que, como suele ocurrir, se han ido sumando nuevas generaciones. Han pasado casi tres décadas. Muchas cosas han cambiado. Incluido el papel del Rey.
Un rey tiene algunas ventajas sobre un presidente. Para empezar, es más barato. Los presidentes de república duran un cierto tiempo en el cargo. Luego hay que mantenerlos y proporcionarles seguridad -económica y personal-, como ocurre con los ex presidentes de Gobierno en España. En segundo lugar, proporcionan una continuidad que permite un trato especial del Rey con administraciones consecutivas de otros países. Es lo que ha ocurrido con los Bush, con los que el Rey ha mantenido no ya una relación cordial, preservando un hilo de interlocución sumamente útil cuando el actual presidente norteamericano y el actual jefe del Gobierno español siguen evitando una relación comme il faut.
En las relaciones con América Latina, el Rey tiene un papel muy especial en las Cumbres Iberoamericanas. Será útil ante los complicados bicentenarios de las independencias que se aproximan. Isabel II, una monarquía parlamentaria asentada, no tiene una relación tan estrecha con tanta gente ni cumple esa función, por muy cabeza de la Commonwealth que sea. Decir que el Rey es el mejor embajador de España no es baladí, menos aún ante un complejo mundo árabe que le respeta. Esto no estaba tan previsto en la pizarra inicial.
Por terminar brevemente, el monarca y su familia cumplen unas labores protocolarias que pocos políticos estarían dispuestos a asumir, pues, como se dice vulgarmente, son un rollo. Es decir, que la monarquía, esta monarquía y no las anteriores, no sólo ha servido "para propiciar el más largo periodo de estabilidad y prosperidad en democracia", como ha dicho el Rey. Pero que se haya tenido que recordar el papel de la Corona por boca del propio monarca indica una falta de liderazgo político por parte de los grandes partidos y del Gobierno, un grave fallo de pedagogía.
A veces, las monarquías parlamentarias cumplen otras funciones. Bélgica, atravesada de nuevo por una desazón identitaria, se mantiene unida gracias también a la religión y a la Corona. En una España cada vez más descentralizada, la Corona puede ver incrementado su valor simbólico. Corona y religión deberían separarse, ya sea aquí o en Inglaterra. No es un mero asunto privado. Por otra parte, se da la casualidad, no la causalidad, de que algunas de las monarquías parlamentarias europeas lo son de los países más democráticos y más progresistas en términos de justicia social y de desarrollo humano. Sin duda no se debe a sus monarquías, pero sí es una cuestión de actitud que incluye a éstas. aortega@elpais.es
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