Hernández y Fernández
El ciudadano desgraciadamente se desayuna acompañado de genialidades, a cual más estúpida, de los políticos. En realidad, su discurso -estruendoso si viene de la derecha o espumoso si procede de la izquierda- no difiere tanto cuando se analiza con detenimiento. Recuerda la vacuidad y reiteración que mostraban Hernández y Fernández, aquellos inspectores de las historietas de Tintín. Estos gemelos, serios con sus bombines y ternos idénticos, repetían la misma cantinela, aunque pensaban que sus juicios eran distintos. Es más, intuían que sus palabras eran certeras y que el inocente Tintín y su cínico perro Milú las necesitaban.
Los dirigentes del PSOE y del PP tienen su público fiel, entusiasta, guerrero, deportivo, que les jalea como si estuviera ante la plática de un reverendo de gospel. Cuanto mayor sea la retórica, más aplausos recibe y más insultos merece el rival. No hay espacio para el matiz. Es como si se volviera al maniqueísmo.
Aznar, por ejemplo, no pestañea cuando describe una situación casi aterradora de España. El ex presidente asegura que el actual Gobierno pone en quiebra el Estado, ofrece el diálogo a los secesionistas y es el culpable de los ataques que viene sufriendo últimamente la Corona. No es fácil dejar el poder y casi ningún gobernante tiene un aterrizaje suave en la vida ordinaria. A Felipe González le costó un tiempo, luego se serenó y se hizo más sensato. Aznar está aún lejos de alcanzar ese nivel. Está malencarado, increpa al enemigo, pero tiene una clac que pide más rayos y truenos. ¿Y Zapatero? También el presidente del Gobierno no deja pasar la oportunidad de ofender a la inteligencia cuando confiesa que el vídeo de las Juventudes Socialistas para ridiculizar al PP le ha parecido "útil y simpático". ¡Vaya tropa!
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