Historias de uranio
¿Qué diferencia existe entre una planta radiactiva o una industria, por ejemplo, de automóviles, más allá, obviamente, del distinto producto que se fabrica y del grado de peligrosidad que genera? En principio, ninguna. Una y otra están compuestas por humanos a los que les mueven objetivos comunes como la eficacia, el desinterés o el despecho. Claro que cuando se registra una pequeña desaparición de material radiactivo y se sospecha que haya podido ser causado por un acto de sabotaje de un empleado, la situación resulta inquietante. Y lo es precisamente debido a la sensibilidad y peligrosidad del producto en cuestión y a la posibilidad de que el daño vuelva a ocurrir.
Cuando suceden incidentes de esta naturaleza, como fue el caso de la desaparición de uranio la semana pasada en la planta que la empresa estatal Enusa tiene en Juzbado (Salamanca), inmediatamente se tiende a pensar en que los sistemas de seguridad han fallado y que es urgente mejorarlos. En el caso de Enusa, los expertos afirman que esos sistemas funcionan muy bien. Perfectos desde luego no son, puesto que los controles no lograron detectar la salida de un pequeño frasco de plástico conteniendo decenas de pastillas de uranio. El bote fue encontrado más tarde bajo una encina cerca de la valla de entrada a la instalación.
Difícilmente cabe entender que se trate de un robo cuando el material no llegó jamás a salir del perímetro exterior de la fábrica. Habría que investigar más bien qué esconde este hecho, definido por otra parte como grave, y sobre todo qué grado de frustración, en el caso de que haya sido sabotaje, había en alguno de los empleados para actuar por venganza y poner en entredicho los niveles de seguridad de la planta.
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