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CRÓNICA INTERNACIONAL
Columna
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La salmodia de la energía

Lluís Bassets

El bajo continuo recitaba entonces: es por el petróleo. Alan Greenspan, el Maestro que dirigió el crecimiento deslumbrante de la nueva economía, lo ha confirmado en sus memorias recién publicadas: era el petróleo. Entonces los solistas entonaban otras salmodias, sobre armas de destrucción masiva, lucha antiterrorista, derechos humanos, eliminación de dictaduras, resolución del conflicto entre israelíes y palestinos. Y ahora insisten de nuevo acerca de la proliferación nuclear, encarnada por Irán, y los venerados valores, la democracia, las libertades, los derechos humanos. Pero el sordo acompañamiento sigue empeñado en la misma melodía con otra modulación: es por la energía.

Hay ocasiones en las que la comunidad internacional -esa colección caótica de jefes de Estado y de Gobierno con poderes de muy diverso origen y bien variados grados de legitimidad- repasa la agenda política del mundo y selecciona los temas sobre los que pelear con las armas de la diplomacia y, a veces, donde no llega la voz ni la mano desnuda, con las otras. Son ocasiones estacionales, como los monzones: pueden llegar en junio, cuando se concentra la reunión anual del G-8 (los siete países más industrializados más Rusia) y el semestral Consejo Europeo, y volver a finales de septiembre con motivo de la reunión anual de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Es lo que está sucediendo esta semana en Nueva York, donde desfilan las personalidades y los conflictos, unos para pugnar por su protagonismo internacional y exigir el nacional, y los otros para ser barajados y jugados como cartas y bazas de la baraja. Darfur, Oriente Próximo, Irak y Afganistán, la proliferación nuclear en Irán, han quedado eclipsados por las imágenes de lluvia y túnicas de azafrán que llegan de Birmania. Es el argumento de la democracia y las libertades en el mundo, qué mejor bandera para un presidente al que Guantánamo y Abu Ghraib han dejado en la porción congrua de la autoridad moral y del prestigio internacional. Mientras George Bush acometía este morceau de bravure de su partitura, quizás para quitar protagonismo a la vedette de la temporada, Mahmud Ahmadineyad, o para evitar las espinas iraquíes y afganas, ha seguido escuchándose el tozudo bajo continuo: no le hagáis caso, es la energía.

De ella se ocupan en los mismos días una reunión multilateral de Naciones Unidas, el encuentro privado anual de la Iniciativa Global Clinton de la que saldrán proyectos concretos de la sociedad civil mundial y una cumbre informal unilateral liderada por Estados Unidos. Siendo la misma melodía, se entona en dos claves muy distintas: una bajo el sol del cambio climático y la otra con los bemoles de la independencia energética; la conciencia ecológica de un lado y la sustitución de la energía rusa, venezolana, árabe o islámica, del otro; los que creen en la limitación de emisiones frente a los que confían en la tecnología y en los nuevos biocombustibles; el diálogo y el consenso buenista en contraste con la prolongación de la guerra en el frente de la valvulería del gas y del petróleo.

La novedad de este año en Nueva York es Sarkozy, que participa de ambas conciencias: está con los multilateralistas que quieren reducir las emisiones bajo el paraguas de Naciones Unidas, pero echa una mano bilateral a Bush, interesado sobre todo en la sustitución del petróleo por energía nuclear, un negocio en el que Francia tiene mucho a ganar. Aunque Zapatero ha apostado por Naciones Unidas y sólo Naciones Unidas, todo parece conducir en dirección contraria. Washington quiere evitar objetivos cuantificados y plazos, que todo sea fruto de limitaciones voluntarias, y centrar el esfuerzo en las nuevas tecnologías y en la eliminación de aranceles. China y Rusia asienten con satisfacción: si triunfara una actitud distinta en Estados Unidos, se encontrarían en una situación comprometida. La cumbre de Bali, a final de año, en la que se deben renovar los objetivos de Kioto, pinta ya muy mal, visto cómo han transcurrido las citas preparatorias, en Alemania, Viena y ahora Nueva York.

Bush, a pesar de sus fracasos, puede observar directamente, en la pendiente de su segundo mandato, la escasa relevancia de Naciones Unidas y la instalación para decenios de sus tropas en Irak y Afganistán. Nadie se había atrevido desde Tejas hasta ahora a acometer tales tareas. Sabe cuánto ha perjudicado a la imagen de su país, sobre todo por su maltrato a los derechos humanos, pero en lo fundamental, el cántico de la energía, aspira legítimamente a inscribirse en la historia como un buen presidente que defendió los intereses de los suyos.

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El primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, ayer en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York.
El primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, ayer en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York.REUTERS

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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