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Reportaje:

Una casa hecha de centeno

Cuatro jóvenes edifican su vivienda con fardos de paja con un proyecto visado por el Colegio de Arquitectos

Goiatz, Carlos, Iñigo y Mirentxu han alzado ya con vigas de madera la estructura de la vivienda bifamiliar que desde hace año y medio están construyendo ellos mismos en Karrantza. En breve, estos cuatro jóvenes de 29 a 34 años comenzarán a levantar las paredes exteriores con fardos de centeno, que utilizarán en sustitución del ladrillo. El proyecto, autorizado en diciembre de 2005 por el Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro, es obra del arquitecto bilbaíno César Sans Gironella, autor de la mayor parte de las obras de ampliación de la Universidad de Deusto acometidas desde 1962. La de las dos parejas es una de las pocas viviendas conocidas popularmente como "casas de paja" y realizada sólo con materiales ecológicos que ha logrado pasar en España todos los filtros oficiales.

"Una casa de paja respira, porque está construida con elementos naturales"

Los cuatro optaron por una edificación así para causar el mínimo daño a la tierra, dicen. Sans asegura que el proyecto es "totalmente experimental", si bien precisa que la mayor parte de las técnicas constructivas planteadas están siendo empleadas con éxito en otros países. En cualquier caso, destaca que el diseño fue visado antes de la entrada en vigor de la nueva normativa sobre construcción, mucho más exigente en lo que respecta a la necesidad de utilizar materiales y técnicas homologadas.

En el tejado del edificio crecerá la vegetación para devolver al paisaje rural del barrio de Zezura el verde de la hierba arrebatada por la construcción. Aunque ha sido concebida como una casa bifamiliar, se trata en realidad de dos bloques independientes con una superficie de 120 metros cuadrados en cada alojamiento, distribuidos en dos plantas. Ambos edificios quedarán unidos por un pasadizo que conducirá a un tercer bloque de uso común, más pequeño, donde se instalará un horno de pan y un almacén de baterías eléctricas.

Las casas se cimientan sobre zapatas de cemento blanco (desecharon el gris por contener metales pesados) posadas en tierra firme, sobre las que se levantan columnas de madera de abeto a lo largo de todo el perímetro de cada vivienda. En el centro de cada edificio, un roble acaba por dar solidez a la estructura. Los fardos serán colocados sobre un pequeño muro de bloques de termoarcilla que los mantendrá a salvo de la humedad del suelo, si bien la paja nunca quedará a la vista. El exterior de la pared se recubrirá con un revoco de cal y el interior, con una capa de adobe. Las pacas se tratarán con sales de bórax para eliminar los insectos y aumentar su resistencia al fuego. Goiatz Arizkorreta, la más joven del grupo, defiende las ventajas de este tipo de edificación: "Una casa de paja respira, porque está construida con elementos naturales".

El piso de la planta baja será acondicionado con varias capas de tierra, paja prensada, adobe y una película de estiércol barnizado con aceite de linaza y cera de abeja, que le dará una apariencia similar a la de la piedra.

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Sus propietarios advierten de que una vivienda de estas características puede durar tanto o más que otra de hormigón. En contra de lo que pueda pensarse, resaltan que es complicado que pueda llegar a quemarse. "La paja está prensada, tratada y tiene muy poco aire. Pruebas de laboratorio han demostrado que en estas condiciones le cuesta mucho arder", destaca Mirentxu Egia.

De ser demolida la vivienda, el daño al entorno habrá sido mínimo por el origen natural de los materiales usados. La filosofía de proteger al máximo el medio ambiente determinará también la forma de vida en la casa. Sus ocupantes esperan realizar sus tareas cotidianas con el mínimo posible de energía, que obtendrán de sus propios aerogeneradores y placas fotovoltaicas. El retrete dispondrá de un separador de orines y heces para su posterior transformación en abono, y una arqueta librará de grasa las aguas residuales de uso doméstico, que irán a parar a un estanque natural. Egia espera aprovechar este caudal, ya limpio, para rellenar una piscina, y su pareja, Iñigo Sáez, prevé usarlo para regar la huerta. Para calentar la casa usarán un horno de adobe, sobre el que también cocinarán en invierno.

Ninguno de ellos trabaja en la construcción. Iñigo, Carlos y Mirentxu son licenciados en Derecho, Historia y Empresariales, respectivamente, aunque desempeñan ocupaciones distintas a las de sus titulaciones. Pese a su diferente formación, confiesan que están aprendiendo a edificar mientras avanza la obra. "Se trata de ponerle ilusión y de decidir el tipo de casa que tienes. Con ilusión, cualquiera puede hacerse su casa", dice Egia.

Ventajas económicas

La ventaja económica de no encargar una obra a terceros resulta evidente. Las dos parejas pagaron un simbólico euro por la madera, que el Ayuntamiento de Karrantza les cedió como suerte de leña. La adquisición de la finca de 14.000 metros cuadrados les costó 79.900 euros y calculan que destinarán otros 30.000 euros a la construcción de cada casa.

En febrero del año pasado, iniciaron las labores de edificación con la tala de medio centenar de abetos de un monte cercano, que transportaron con la ayuda de sus vecinos. También su arquitecto accedió a elaborar el proyecto de forma gratuita y a supervisar después su ejecución. Y el geobiólogo Javier Petralanda confirmó, sin solicitar tampoco remuneración alguna, que la ubicación estaba libre de corrientes telúricas.

Los cuatro aprecian lo inusual de que una obra se realice con la colaboración desinteresada de tantas personas. Aunque desconocen cuándo terminarán su hogar, confían en que a finales de año la casa pueda disponer ya de paredes exteriores, puertas y ventanas.

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