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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Las pesadillas gemelas

El desafío de Irak y el de Irán están unidos estrechamente y nos seguirán perturbando

Timothy Garton Ash

Esta semana, el general David Petraeus y el embajador Ryan Crocker han estado en Londres para tratar de convencer al Reino Unido de que no retire todas sus tropas de Irak. La semana pasada estuvieron en Washington intentando convencer al Congreso y a la opinión pública estadounidenses. Si escarbamos bajo la fina capa de barniz, podemos ver que Petraeus y Crocker no están diciendo que las cosas vayan a ir bien en Irak si nos quedamos. Lo que dicen es que las cosas irán peor si las fuerzas de ocupación se retiran de manera precipitada y completa.

Es perfectamente posible afirmar, como es mi caso, que Irak es el mayor desastre de la política exterior británica desde Suez, y el mayor de la política exterior estadounidense desde Vietnam, y, sin embargo, pensar que quizá los dos emisarios tienen razón. Es lo que ocurre cuando uno comete grandes errores: después no tiene más que pésimas opciones. Todos conocemos los argumentos en contra: desde el punto de vista moral, no tenemos derecho a ocupar otro país; desde el punto de vista militar, nuestras fuerzas han pasado a ser parte del problema, no la solución; desde el punto de vista político, la mejor posibilidad de lograr un acuerdo es dejar que los iraquíes negocien entre sí. Es lo que dicen también algunos políticos de Washington, deseosos de tener una justificación altruista para defender la postura que más puede asegurarles la reelección.

Petraeus y Crocker han estado en Londres para decir que las cosas irán peor si los soldados se retiran de Irak de manera precipitada y completa
Es posible que a lo largo del próximo año el Reino Unido reduzca de 5.500 a 3.500 las tropas en Irak. Esto es simbólicamente mejor que la retirada total
Sarkozy trata de evitar que Bush y Cheney decidan bombardear Irán antes de abandonar la Casa Blanca, en enero de 2009

Sí, pero ¿es verdad? Olvidémonos de Petraeus y Crocker por un momento, porque "¿qué van a decir ellos, no?". Veamos, en cambio, lo que escribía George Packer, uno de los periodistas mejores y más críticos que informan desde Irak, en el último número de la revista New Yorker. Las tropas estadounidenses en Irak, dice Parker, se han convertido en un freno para las fuerzas violentas que ellas mismas desataron con la guerra. "La influencia diplomática se debilitará con la retirada, y los codiciosos vecinos de Irak aprovecharán el vacío de poder para luchar por sus intereses. Aun en el caso de que las tropas saudíes no atraviesen la frontera para defender a sus hermanos suníes, ni los guardias revolucionarios iraníes se infiltren para asegurar el poder chií, ni los turcos penetren en Kurdistán para impedir que declare la independencia, las luchas indirectas, las incursiones irregulares y el aumento del número de refugiados contribuirán a enturbiar la situación de Oriente Próximo durante años".

En el año 2015

Packer cita después al profesor británico Toby Dodge, que ha criticado la invasión desde el principio y que opina que si las tropas estadounidenses se marchan, dejarán detrás "una pelea de todos contra todos, una guerra civil sin ningún actor ni organización con la fuerza suficiente para ganar... De tal forma que si a usted y a mí nos diera la locura -por ejemplo, en el año 2015- de subir a un coche en Basora e intentar llegar a Mosul, tendríamos que atravesar una serie de islas de relativa estabilidad, controladas por caudillos... Unos feudos rodeados por una violencia y un caos sin fin. Me parece una situación muy similar a la de Afganistán antes de que subieran al poder los talibanes. O a la de Somalia. Ése será el destino de Irak cuando se vayan los americanos".

Esto es lo que dicen dos analistas independientes que conocen la realidad sobre el terreno; otros no están de acuerdo. Pero estas advertencias, como mínimo, deberían hacernos reflexionar antes de rechazar de plano lo que dicen Crocker y Petraeus. El líder del Partido Liberal-Demócrata británico, sir Menzies Campbell, dice que "el Reino Unido ha satisfecho su obligación moral con Irak" y debe retirarse por completo. Me parece un argumento extraño. En mi opinión, los británicos no cumplimos nuestra obligación moral respecto al pueblo de Irak cuando no fuimos capaces de advertir con la firmeza necesaria a EE UU sobre las probables consecuencias de la invasión. Ahora, después de haber contribuido a ella, no hay duda de que nuestro deber fundamental es reducir lo más posible el perjuicio consiguiente para la población inocente iraquí. Si es verdad que una retirada precipitada y completa serviría para aumentar las posibilidades de que los iraquíes que han colaborado con las fuerzas de ocupación -a veces, con la genuina esperanza de construir un Irak laico y democrático- murieran asesinados, y para incrementar aún más el volumen de refugiados, que asciende ya a la horrible cifra de unos cuatro millones de desplazados en el interior y en el exterior, entonces nuestra obligación moral es evitar que la situación se deteriore todavía más.

Desde luego, en la práctica, los pocos miles de soldados británicos que permanecen en el aeropuerto de Basora surtirán poco efecto. Por lo que deduzco, lo que los estadounidenses querrían que hicieran los británicos es ayudar a asegurar sus importantísimas líneas de abastecimiento desde el sur del país, mantener cierta capacidad de intervención cuando las luchas internas se descontrolen, seguir entrenando al ejército y la policía iraquíes y conservar discretamente varias unidades de inteligencia y fuerzas especiales. Según fuentes británicas, es probable que el Reino Unido abandone la primera de estas dos funciones a lo largo del año próximo, al reducir el número de soldados de 5.500 a 3.500. Pero hay una diferencia simbólica significativa entre eso y la retirada total, con repercusiones importantes tanto en Irak como en otros países.

Impaciencia del Congreso

Ahora bien, lo principal son las fuerzas estadounidenses. Pese a la impaciencia del Congreso, y del país en general, la verdad es que probablemente seguirá habiendo varios cientos de miles de soldados en Irak cuando tome posesión el próximo presidente, a principios de 2009. ¿No contribuirá esa presencia a prolongar la agonía? Es un argumento posible, y, desde luego, el ejército de EE UU es el menos dispuesto a afirmar que existe una solución militar para Irak. Pero el argumento que puede alegarse a favor de una retirada más lenta es que daría la oportunidad a un tipo de política que hasta ahora prácticamente no se ha intentado: la política de la negociación regional y una mayor participación internacional.

A finales del próximo mes se celebrará una conferencia con los principales actores de la región en Estambul. Quizá es posible que Turquía, Arabia Saudí e Irán lleguen a la conclusión de que lo mejor para sus intereses individuales y encontrados es un Irak que permanezca unido en una especie de punto muerto precario y sostenido artificialmente, bajo los vagos auspicios de la ONU; un país débil y dividido en el que todos los vecinos tengan algo de influencia, pero ninguno aventaje a los demás. Dado que la desconfianza que se tienen entre sí es tan grande o mayor que la que sienten respecto a EE UU, tal vez incluso estarían dispuestos a aceptar una presencia militar y política estadounidense a largo plazo, como mínima garantía de que ninguna de las partes en conflicto trataría de obtener la hegemonía o, en el caso del Kurdistán iraquí, la independencia.

Quizá es hacerse ilusiones, pero teniendo en cuenta las desalentadoras alternativas, merece la pena intentarlo. Seguramente, el vecino menos dispuesto a cooperar será, como es natural, Irán. La negociación regional sobre Irak se ha complicado infinitamente por el intento simultáneo de impedir que Irán adquiera la capacidad de fabricar armas nucleares. A principios de este mes, en Washington, varios observadores me aseguraron que, a pesar de los consejos en sentido contrario que están recibiendo, todavía cabe la posibilidad de que Bush y el vicepresidente Cheney decidan bombardear Irán antes de abandonar la Casa Blanca. Ése es un peligro que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, está tratando de evitar con sus palabras de firmeza y su propuesta de que Europa imponga unas sanciones más duras: es, por así decir, un ataque preventivo de Francia contra la posibilidad de un ataque preventivo de EE UU.

El desafío de Irak y el de Irán, por tanto, están estrechamente unidos. Después de las Torres Gemelas, éstas son las pesadillas gemelas. La pesadilla de Irak no ha terminado, ni mucho menos, y la de Irán apenas acaba de empezar. Aún seguirán perturbando nuestro sueño durante muchos años.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El general David Petraeus, comandante de las tropas estadounidenses en Irak, escucha las explicaciones del embajador, Ryan Crocker, el pasado día 18 en Londres.
El general David Petraeus, comandante de las tropas estadounidenses en Irak, escucha las explicaciones del embajador, Ryan Crocker, el pasado día 18 en Londres.REUTERS

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