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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuando Lope quiere

Javier Vallejo

Esta iniciativa es nueva. Antes, alguna empresa española había contratado a directores alemanes o a británicos para montar a Brecht y a Shakespeare en castellano, con resultados desiguales: su conocimiento de la materia no siempre compensaba las dificultades comunicativas. Ahora, la compañía Rakatá ha traído a Laurence Boswell, director de sendos ciclos de teatro del Siglo de Oro en la Royal Shakespeare y en el Gate Theatre, para montar un Lope. No es una boutade, ni efecto de un deslumbramiento por lo anglosajón. Boswell lleva quince años haciendo nuestro teatro áureo y está al tanto de cuanto se investiga sobre su significado y su puesta en escena. No es de extrañar que lo conozca a fondo. Hay una tradición de hispanistas británicos (de Edward M. Wilson a John Varey) que han hecho suyo el patrimonio áureo, lo han estudiado con entrega y lo han puesto en valor.

Para su debú con actores en una lengua que no habla, Boswell ha escogido El perro del hortelano, la obra que mejor conoce: es la cuarta vez que la monta. Su trabajo está lleno de guiños a la antigua manera de hacer comedias. En escena hay candilejas, que proyectan largas sombras contra una versión sofisticada de aquella vela tendida de lado a lado ante la que actuaban los cómicos de Lope de Rueda. Todo eso está en línea con la revolución retro que John Barton y los padres fundadores de la Royal Shakespeare hicieron con el teatro del Bardo.

La interpretación es vivísima,

las entradas y salidas están jugadas a fondo, las intenciones, dibujadas siempre a favor del texto, y los monólogos, dichos a público. No hay una acción gratuita, nada que distraiga de la línea principal. Entre la modernidad del juego y el aire añejo de la escena existe una tensión interesante. El grueso del vestuario, cortado en telas que no casan con la rusticidad mate del telón, chirría en cambio en este tipo de puesta en escena.

Sorprende en El perro del hortelano la manera en que Lope retrata a la aristocracia. La condesa Diana, tan hermosa como arpía, cae antipática, y más en la interpretación de Blanca Oteyza. El marqués y el conde que la cortejan son criminales en potencia. Teodoro, su secretario, es más inteligente que ella, pero no tanto como Tristán, criado suyo, que urde una gran mentira para salvarle la vida. El desenlace, precipitado mediante una anagnórisis falsa, es engañoso: una parodia del final feliz. Para que la condesa pueda casarse con su secretario sin que la llamen deshonesta, Tristán lo hace pasar por hijo de noble. Blanca sabe que es plebeyo, pero el honor sólo importa de alcoba para afuera. En la cama es humo de virutas.

En este montaje destaca el Tristán de Óscar Sánchez Zafra, gracioso de primera línea, chispeante siempre, y rufo cuando le contratan para matar a Teodoro. Ernesto Arias y Lidia Otón están a su altura: dicen el verso conservando su musicalidad. Blanca Oteyza lo prosifica. Escribo sobre lo visto en lo que podríamos considerar preestreno del espectáculo, en el Festival Clásicos en Alcalá. Boswell ha vuelto a España para ponerlo a punto ante el estreno que importa, la semana próxima, en el Teatro Albéniz.

El perro del hortelano. Madrid. Teatro Albéniz. Del 27 de octubre al 13 de diciembre.

Blanca Oteyza y Lidia Otón, en 'El perro del hortelano'.
Blanca Oteyza y Lidia Otón, en 'El perro del hortelano'.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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