La franja se sumerge en un agujero negro
El millón y medio de habitantes de Gaza se prepara para resistir sin luz ni combustible
"¿Podrán entrar los cooperantes? Que los palestinos no podamos salir de Gaza no me preocupa. No cambia nada. Ya llevamos años así", comenta por teléfono un vecino de la franja, un territorio de 360 kilómetros cuadrados poblado por millón y medio de habitantes, dos tercios de ellos refugiados.
No extraña la decisión del Gobierno israelí. Sólo hace unos días, cualquier comerciante, funcionario, miliciano o estudiante auguraba que lo peor estaba por llegar. El anuncio del Gabinete hebreo es para buena parte de los lugareños un paso más. Porque el aislamiento del territorio es un hecho desde que Hamás expulsara en junio de Gaza a las fuerzas de seguridad del presidente palestino, Mahmud Abbas. Pero de ejecutarse el plan de Ehud Olmert, la franja se convertirá, sin apenas luz ni combustible, en un agujero negro.
La economía está paralizada, desde la construcción al textil, pasando por el comercio
La resignación y el pesimismo de los habitantes de Gaza están mitigados por la certeza de que el porvenir deparará coyunturas aún peores. El asedio al Gobierno de Hamás, elegido en las urnas en enero de 2006, no va a cesar. Caen en saco roto las denuncias de los organismos internacionales de derechos humanos y las ONG desplegadas sobre el terreno, que alertan del enorme sufrimiento de los civiles causado por el bloqueo económico.
Gaza ya es un territorio en el que cientos de miles de personas se dedican simplemente a subsistir. Decenas de miles de residentes en Gaza sólo duermen, comen, beben té y café, y charlan. Muchos dicen que hablar es ya lo único que les distingue de los animales. Los cortes de energía eléctrica, de varias horas al día, son una constante desde finales de junio de 2006. Entonces, días después de la captura del soldado israelí Gilad Shalit, aún cautivo, la aviación israelí bombardeó la única central de Gaza. El bombeo de agua y el tratamiento de aguas residuales se han visto afectados. Los desechos van al mar.
Muchos hombres comienzan a pedir tabaco al extranjero en cuanto le ven. Es una novedad. Ahora escasean las marcas apetecidas. Israel sólo permite que entren en Gaza alimentos y medicinas. Los cruces fronterizos para mercancías -Karni- y para personas -Rafah- están clausurados. Fue precisamente la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, la que forzó en noviembre de 2005 al Gobierno de Ariel Sharon y al presidente palestino, Mahmud Abbas, a firmar un acuerdo para permitir que la franja no se asfixiara. Pero Israel, alegando razones de seguridad, no ha permitido que el pacto se aplicara. Tanto la aduana de Karni, que nunca funcionó a pleno rendimiento, como el paso de Rafah han permanecido sellados el 90% de los días.
Los campesinos siembran, pero conscientes de que sus flores, muy apreciadas en el mercado holandés, pueden pudrirse. La temporada de la fresa, que acaba de empezar, está abocada al desastre. Las patatas y los tomates, productos que suelen exportarse a Jordania, se han almacenado en frigoríficos. Algunos agricultores en Beit Lahia o en Rafah ya han renunciado a la cosecha de este año. No hay perspectiva. Israel prohíbe la entrada de fertilizantes y de plásticos para los invernaderos. La siembra de meses venideros también peligra.
En cualquier sector de la economía de Gaza el panorama es similar. La construcción está paralizada y unos 80.000 trabajadores han perdido sus empleos en sólo tres meses. Las fábricas textiles han cerrado en cadena, y los comerciantes sacan a los estantes un género que nadie compra, mientras cientos de grandes contenedores aguardan en los puertos marítimos israelíes o en la propia terminal de Karni.
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