Vestigios de tiempos mucho más frescos
El abedul (Betula alba) es un árbol muy fácil de reconocer por su corteza blanquísima, lisa, tersa, que en los ejemplares maduros tiende a agrietarse formando estrías negruzcas; y también por sus hojillas caedizas, de figura triangular puntiaguda, que al virar en otoño al amarillo componen con aquélla un conjunto de claridad extrema, de etérea hermosura. Antiguamente se le conocía como el árbol de la sabiduría y no precisamente por el papel que se obtenía de su corteza interna -o librum-, sino por "sus temibles ramillas, las cuales, a guisa de vergajos, se hacían respetar en manos de los preceptores" (Pío Font Quer, El Dioscórides renovado).
Hoy es el abedul el que sufre el azote de la humanidad, pues con el cambio climático, cada vez van quedando menos lugares fríos y húmedos -riberas umbrías y zonas encharcadizas de media montaña-, que es donde a él le gusta estar.
El abedul ha sido conocido en la historia como el árbol de la sabiduría
La situación se agrava en nuestra cálida región, donde esta especie eurosiberiana, que llegó empujada por los hielos durante la última glaciación, sobrevive como una frágil y preciosa reliquia en contados arroyos, trampales y gargantas de la cuenca del Lozoya. Sus ramas, antaño terribles, ahora señalan los sitios más frescos y deleitosos de Madrid.
- Puerto de Canencia. El abedular más notable de la región es el que se encuentra a poniente de este paso, en la empinada ladera de Mojonavalle, por la que baja brincando como una cabra el arroyo del Sestil del Maíllo. Para conocerlo, saldremos caminando del puerto por la pista forestal que sube por detrás de la gran fuente de piedra y, en un cuarto de hora, nos plantaremos en el refugio del Hornillo. Aquí, dando sombra a un merendero, descubriremos los primeros abedules, y poco más abajo, por un hueco abierto en la empalizada, el arranque de una senda ecológica que nos conducirá en otro tanto hasta la chorrera de Mojonavalle, una cascada que, cuando no está seca o helada, dibuja una cola de caballo de 30 metros. La senda continúa zigzagueando monte abajo y, después de cruzar dos veces el arroyo del Sestil, acaba saliendo a la carretera de Canencia (M-629), a dos kilómetros del puerto.
Aunque todo el camino resulta grato, el último tramo junto al regajo es cuco, bonito, con sus abedules de ramas desmayadas, sus pontecillas de piedra y su alfombra de musgo, hojarasca y rojas bayas de tejos, acebos, escaramujos y majuelos. Este sencillo paseo de dos horas -incluida la vuelta-, ideal para hacer con niños, se describe con todo detalle en www.sierranorte.com/canencia.
- Dehesa de Somosierra. Un kilómetro al sur del pueblo de Somosierra, en la umbría del cerro de la Cebollera Nueva, al húmedo arrimo del arroyo de la Dehesa, crecen, además de abedules, robles albares, mostajos, acebos y avellanos, formando una espesura sin parangón en el resto de la sierra. La "Dehesa Bonita" la llaman los cuatro gatos que la conocen, esto es: los ciento y pico vecinos del pueblo más un puñado de ingenieros y guardas forestales. Paseando por esta magnífica floresta -que por momentos recuerda las sobrecogedoras masas nemorales de la cordillera Cantábrica-, en una soledad perfecta, veremos reses sesteando en el corazón de un rodal de acebos, frío y oscuro como una cripta; deambularemos bajo las bóvedas de crucería que fingen las ramas entrelazadas de miles de avellanos, y admiraremos los troncos argénteos de los abedules deslizándose hacia el sol por entre los brazos hercúleos de los robles, cual espadas refulgentes e inasibles de alguna leyenda artúrica.
A esta selva casi secreta se puede acceder a pie en menos de cinco minutos siguiendo unas rodadas que nacen en la salida 91 de la autovía del Norte (A-1), tras una portilla habilitada en la alambrada del arcén. Un itinerario circular por la dehesa, de poco más de una hora de duración, se hallará en www.excursionesysenderismo.com
- Entre Cotos y El Paular. Aunque no llegan a formar un bosque propiamente dicho, algunos de los abedules más imponentes de Madrid son los que salpican las orillas del arroyo de la Angostura, el Lozoya niño, poniendo una nota de alegría con sus troncos de plata y sus hojas lustrosas en la sombría verdura del pinar de los Belgas; un contraste que se acentúa en otoño, cuando su follaje refulge como una luz de bengala, como una cáfila de huríes enjoyadas con ámbar y oro, como una muchedumbre de mariposas gualdas.
La mejor forma de verlo es bajar andando desde el puerto de Cotos a El Paular por el sendero RV-1, un camino ribereño de 17 kilómetros y unas cuatro horas y media de duración -sólo ida-, que está bien señalizado con postes numerados de madera. Los abedules más vetustos, formados por varios gruesos troncos que surgen de la base y cubiertos de líquenes que les dan un aspecto misterioso y barbado, como de cuento de Tolkien, se presentan a la altura del puente de los Hoyones (baliza 21).
Además, entre este puente de madera y el de piedra de la Angostura (baliza 25), dos kilómetros más abajo, se encuentran las mejores pozas para el baño. Información: Centros de Educación ambiental de Cotos (teléfono: 91 852 08 57) y El Paular (91 869 17 57), y en http://adoracion.garcia.eresmas.net/senderismo/ruta1.htm
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