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Columna
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¿Un Estado federal iraquí?

EE UU se encuentra en Irak en una situación similar a la de Gran Bretaña en Palestina durante el mandato británico desde la ocupación en 1923, como consecuencia de la desmembración del imperio otomano, hasta la partición ordenada por la ONU y la subsiguiente creación de Israel en 1948. Durante ese cuarto de siglo, los británicos tuvieron que actuar como árbitros de una guerra civil entre árabes y judíos, en la que cuando las dos facciones luchando por el control del territorio dejaban de matarse entre sí, la emprendían a tiros con el ocupante. La similitud con la actual situación en la antigua Mesopotamia es evidente. Con una diferencia. El conflicto palestino-israelí, después de las tres derrotas sufridas por los ejércitos árabes en su intento de destruir Israel en 1948, 1967 y 1973 y la firma de los tratados de paz entre el Estado judío con Egipto y Jordania, es un conflicto localizado, mientras que los enfrentamientos etno-religiosos entre suníes y chiíes amenazan con desestabilizar a todo Oriente Próximo.

Ni el cada vez más agresivo e intervencionista Irán, de una parte, consentiría la creación de un poder fuerte suní en Bagdad -los recuerdos de la guerra de ocho años y el millón de muertos con el Irak del suní Sadam Husein están muy recientes-, ni los Estados suníes de la zona -Egipto, Arabia Saudí y Jordania- se quedarían con los brazos cruzados ante el incremento del poder chií bajo la hegemonía iraní en la zona.

Esta peligrosa situación es la que no anticiparon los artífices de la invasión iraquí -Bush, Cheney y Rumsfeld-, cuyo desconocimiento de la historia de Irak y de la región resultaron clamorosos. La historia está llena de ejemplos que demuestran que, para una gran potencia, la salida de un país invadido resulta infinitamente más complicada que la entrada. Y si ese país es, como Irak, una nación con menos de un siglo de historia a la que los británicos, ocupantes desde 1922 hasta su independencia 10 años después, le inventaron hasta el nombre para fusionar en una entidad nacional las tres provincias de Mosul, Bagdad y Basora integradas en el imperio otomano, la consecuencia no puede ser otra que el caos actual. Provincias en las que la minoría suní, primero con los turcos, después con la monarquía derrocada en 1958 y, finalmente, tras cerca de 20 años de golpes y contragolpes, con la tiranía de Sadam Husein, constituyó siempre la fuerza opresora del país, en detrimento de las poblaciones chiíes y kurdas, a pesar de representar el 70% de la población iraquí.

Ése es el problema de fondo al que se enfrenta el Irak actual, agudizado por los enfrentamientos religiosos y étnicos, la presencia de terroristas extranjeros y la ocupación, y que ha impedido alcanzar la ansiada reconciliación nacional. Un tema sobre el que han basado sus intervenciones los legisladores americanos, sean demócratas o republicanos, durante la comparecencia ante el Congreso a principios de esta semana del general David Petraeus, jefe militar en Irak, y del embajador en Bagdad, Ryan Crocker. Porque la realidad es que nadie ha demostrado a chiíes y kurdos las ventajas de sentirse iraquíes antes que miembros de sus respectivas comunidades. Hasta ahora, lo único que ha provocado un estallido de entusiasmo a nivel nacional, desde la caída de Sadam, ha sido el triunfo de la selección de fútbol en los recientes Juegos Asiáticos, aunque, por razones de seguridad, la selección iraquí estuviese concentrada en Amman.

Por eso, la idea, abanderada por el presidente del poderoso comité de relaciones exteriores del Senado de EE UU, el demócrata Joe Biden, y acogida con nada disimulado entusiasmo en la sede de la ONU de crear un Estado federal en Irak olvidando el concepto de un Estado unitario cobra cada día más adeptos.

En esa concepción, Bagdad tendría a su cargo exclusivamente la defensa y la distribución entre los tres Estados federales de los ingresos procedentes del petróleo. Pretender la reconstrucción de un Irak centralista es una quimera. Se lo acaba de decir Kosrat Alí, vicepresidente del Kurdistán, el único oasis de paz en el país, a Tom Friedman de The New York Times. "Nadie aceptará de nuevo ser gobernado por otro [grupo]".

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