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"La gente no ha tomado conciencia del fenómeno migratorio"

El pueblo con más extranjeros residentes es San Fulgencio, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Un 74% de su censo nació fuera de las fronteras españolas, algo más de un 60% son europeos y el resto de Latinoamérica o Asia. Pero en esta localidad el problema de la integración todavía es más acuciante. Si en Rojales pasean por el centro y toman cervezas en sus bares, en San Fulgencio ni eso.

Allí la población foránea llegó hace unos 15 años cuando compró chalés adosados en urbanizaciones, como Marina, Oasis, Escuera, que albergan en verano a 25.000 personas y que están "mal comunicadas con el núcleo urbano y en las afueras, allá arriba", admite la alcaldesa, Fina Mora, del PP. Primero llegaron de vacaciones para pasar largas temporadas, pero con las prejubilaciones empezaron a residir todo el año, aunque su relación comercial está más vinculada a La Marina y Elche. "Muchos no hablan español, viven en guetos contra los que estamos luchando", asegura la alcaldesa que preside un tripartito del que también forman parte la Asociación Independiente del Mediterráneo, que tiene dos ediles ingleses, y el partido Progreso y Orden. "La gente aquí todavía no ha tomado conciencia de la dimensión del fenómeno migratorio", admite Mora que enumera toda una lista de reivindicaciones y de proyectos pendientes como son escuelas, centros de sanitarios 24 horas o más vigilancia policial. El problema es que para poder solicitar más inversiones es necesario más población y "la mayoría no están censados", se lamenta la alcaldesa.

Las relaciones económicos entre el pueblo las urbanizaciones son apenas inexistentes. Los extranjeros tienen sus comercios y sus servicos domésticos. Tres veteranos paisanos, Antonio Navarro, de 80 años, José Verdú y Juan Martínez, ambos de 84, agricultores de toda la vida, reconocen que por allí apenas se nota su presencia. Los días de mercadillo baja algún europeo a comprar. "Ellos van a su aire, no se pueden quejar, compraron esos chalés por cuatro o cinco millones de pesetas y ahora valen casi 50, así que han ganado dinero", admite uno de ellos. Dos calles más allá, está Félix Miguel García, un vendedor ambulante de frutas y verduras que lleva diez años acudiendo cada martes al mercadillo. Sus gustos no difieren en gran medida de los autóctonos, los ingleses disfrutan comprando zanahorias tiernas y distintos tipos de nabos para el cocido de Navidad. De frutas, la favorita es la naranja. "Pero no tenemos clientes fijos, les gusta ir cambiando", admite García.

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