Sangre de las palabras
Aunque las poéticas con que los nuevos autores se presentan en sociedad son a menudo bizarrías debidas al furor del ingenio, sus proclamas suelen corresponderse, si no siempre con el producto poema, sí con la actitud del escritor en su intersección con las pautas de época. Un joven Félix de Azúa (Barcelona, 1944) encabezaba su aportación a la antología Nueve novísimos (1970), de Castellet, con una poética donde ironizaba sobre el cenáculo de los conjurados contra la poesía vigente, el santoral de los maestros bajo cuya advocación se ponían, y la voluntad de no dar cuartel al uso instrumental y a las expectativas redentoras del lenguaje: "Toda una parte de nuestra poesía actual está convencida de que un poema es un objeto arrojadizo y cuanto más arrojadizo más poético; por el contrario yo creo que lo único arrojadizo son esos poetas". En lugar de especificar su propia concepción de poesía, se conformaba con adoptar una postura generacional, resguardado tras esa coraza ironista que eliminaba u ocultaba cualquier atisbo de ingenuidad y de exaltación positiva de la belleza. Sin embargo su escritura, efectivamente generacional, mostraba ya entonces su singularidad respecto a los otros juramentados del 68. Y esa singularidad se mantuvo, sin más cambios que algunos muy livianos, desde el lejano Cepo para nutria (1968) hasta Farra, libro de 1983, año en que De Azúa colgó la pluma de hacer versos.
ÚLTIMA SANGRE (POESÍA 1968-2007)
Félix de Azúa
Prólogo de Pere Gimferrer
Bruguera. Barcelona, 2007
272 páginas. 16 euros
En aquel tiempo, que lo era de asimilación de la disidencia, sus compañeros de viaje matizaban (o se retractaban de) propuestas sesentayochistas que empezaban a parecer más insolentes que subversivas. El hecho de que Félix de Azúa abandonara la poesía, ahora sabemos que no definitivamente, le libró acaso de entonar ninguna palinodia: no sintió necesidad de sobrevivir; no hubo, por tanto, de adaptarse al medio. Última sangre (Poesía 1968-2007) es básicamente la reedición de Poesía (1968-1988) (Hiperión, 1989), a la que se suman aquí algunas composiciones nuevas, en especial la serie que cierra y da su título al volumen. Vista en su conjunto, la lírica de Félix de Azúa es fruto de una vocación lingüística que instaura un juego de suposiciones, elipsis e implicaciones culturales, con omisión de toda obviedad sentimental. Los sobrentendidos, el pulso satírico y el desmantelamiento de la armonía rítmica solicitan del lector un esfuerzo de desenmarañamiento intelectual y de complicidad afectiva que el poema no propicia. También la escritura surrealista, por citar un ejemplo, requiere un tipo de lector muy involucrado, lanzado a los brazos de su discurso autogenerativo; pero la poesía de De Azúa exige más aún: recomponer, pocas veces sin trabajo, el continuo de su eslabonamiento, pues no abjura del encadenamiento lógico, sólo que sortea el sentido más evidente y esconde los conectores del hilo textual.
Estos versos se ejercitan en
la ironía distanciadora, son resultado de resortes complejos que vienen sin manual de instrucciones y obturan los canales por los que mana el patetismo. Y es lástima se llegue tan lejos en esta antisentimentalidad, a tenor de la hermosura de algún poema excepcionalmente interpretable en clave confesional, como 'Para tus ojos', la octava canción añadida al libro Pasar y siete canciones (que ha debido, por tanto, modificar su título).
Hoy como ayer, es ésta una
obra refractaria a integrarse en cualquier sistema. Al cabo, en la 'Justificación' de la edición de 1989 De Azúa consideraba que la poesía desaparece en cuanto "entra a formar parte de un proyecto". Cabe, en fin, preguntarse si una lírica que rechaza el pacto, negativa y adusta, intelectualmente sinuosa y de espaldas a toda perspectiva teleológica, puede mover una sensibilidad ajena a los presupuestos personales y de época que le dieron vida. Es difícil que una formulación tan antiséptica genere adhesión afectiva; otra cosa es que el proceso de desentrañamiento al que nos aboca resulte estimulante, como sin duda así sucede, para quien busca en los poemas algo distinto a la confirmación de lo que ya sabía.
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