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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Frágiles menudencias

"Nuestro padre se había vuelto loco". Ésta es la frase que llega a decir el narrador de Canto rodado, un chico dubitativo, refinado y tímido que de repente ve cómo su padre, don Alfredo Molina, otrora serio y convencional director general de Ordenación Económica, se ha convertido en plena cincuentena en popular intérprete de canciones rock sin poseer ningún talento especial para ello. Tamaña transformación y el extravagante proceso que lleva hasta ahí es el objeto de esta novela. El chico ve derrumbarse de un plumazo la enorme solidez de la figura paterna. Padre e hijo se convierten en colegas e incluso hay un asunto de rivalidad sexual, irónico y gracioso, aunque el lector puede preverlo con mucha antelación. Otros personajes asoman también la cabeza para proporcionar una imagen un tanto rocambolesca de la sociedad española. La madre, por ejemplo, mojigata, amante de procesiones y del cilicio, una figura claramente opuesta a la del padre, o el tío Alberto, un aprovechado de mucho cuidado, y también el antiguo compañero de farras y toques guitarrescos, el inquietante Rodolfo.

CANTO RODADO

Sergio Rodríguez

Castalia. Madrid, 2007

278 páginas. 12,50 euros

En una curiosa mezcla de inconsciencia, racionalidad y descaro, el padre, saltarín y alegre, degustador de placeres, ignora toda convención y corre que se las pela mientras el hijo, boqueando, hace esfuerzos para no perder el partido que sin querer están jugando. Es un mecanismo que no da para tantas páginas pero les diré que el capítulo 14 es muy bueno. Ahí culmina todo el movimiento dramático y está presente lo más importante: la grabación de canciones, la marihuana, la sexualidad y las borracheras.

En los capítulos finales, es interesante, en mi opinión, la crítica feroz de los programas basura de la televisión. Creo que es conveniente hacer notar a veces, aunque pueda sonar a moralismo, la manera excesivamente complaciente con que el público admite muchos programas. Las operaciones malintencionadas de productores y otros agentes televisivos está bien que sean objeto de guasa.

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