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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La fidelidad de Job

La pregunta es ¿qué está esperando?

Era, nos dice el texto sagrado, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, apartado del mal. Casado, con siete hijos, tres, hijas, siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas: un Bullrich de los tiempos bíblicos. No sólo se conducía de manera intachable: hasta hacía penitencia por cuenta de los otros. Aunque el pobre no hubiese matado ni a una mosca, Job ofrecía sacrificios a Dios por las dudas, por si acaso alguien de su entorno hubiese pecado sin saberlo. "Más vale prevenir que curar", decía. Y así transcurría para Job la edad de la madurez, rodeado de su familia y de su ganado, de comilona en comilona y de sacrificio en agradecido sacrificio.

Que te quiten un camello es una cosa, que te quiten la salud es otra

A Satanás, tanta santidad le hartaba, sobre todo porque Dios la sacaba a relucir a cada rato como prueba de la devoción humana. "Así, claro", decía el diablo. "Si Usted le da todo lo que quiere, cómo no le va a agradecer. Casa, comida, camellos lustrosos, chicos obedientes, empleados fieles... Así cualquiera es bueno. Pero a ver qué pasa si Usted le quita alguna de estas cosas...".

Dios no puede ignorar un reto, y tampoco hace las cosas a medias. Al día siguiente, ordenó que los Sabeos se robasen a los bueyes y asnas de Job, que un fuego divino le asase las ovejas, que los Chaldeos se llevasen a sus camellos, y que sus hijos e hijas muriesen en el derrumbe de la casa en la que estaban almorzando tranquilamente. Al tener noticias de tanta tragedia, Job bendijo el nombre divino, rasgó su manto, se afeitó la cabeza y aceptó su destino sin decir ni una palabra contra el Dios que lo había creado.

Dios se quedó encantado y se ufanó ante Satanás de la conducta de su Job. "¿Has visto lo bien que se porta, aun cuando le quito todo lo que le he dado antes? Ninguna amargura, ningún reproche...". "Sí", reconoció Satanás. "Pero es porque no sufre en carne propia. Que te quiten un camello es una cosa, que te quiten la salud es otra". Convencido de la fidelidad de Job, Dios decidió enviarle entonces "una mala sarna", como dice el texto sagrado, "desde la planta de su pie hasta la mollera de su cabeza". Y aún así, Job no se quejó. Sus amigos (que para eso están) trataron de convencerlo de que la maldición divina tenía razón de ser, de que a uno no lo tratan así por nada, y que probablemente Job no se habría portado tan bien como él decía. Job persistió: él se condujo siempre como es debido. ¿Pero cómo puede un simple mortal conocer las razones del Poder Supremo? Su mujer no podía más. "¡Hacé algo, infeliz!", le decía, a gritos. Job callaba.

Para muchos, Job es el modelo del ciudadano perfecto. Cuando las cosas andan bien, agradece. Cuando no, también. Nunca se queja, nunca pide nada, y por sobre todo, siempre permite que su Amo y Señor haga lo que se le dé la gana. Para Job, nada de sindicatos ni de gremios, nada de asociaciones de jubilados ni de grupos de vecinos, nada de Amnesty International. ¿Le roban lo suyo con la complicidad de fraudulentos abogados Chaldeos? ¿La casa se le derrumba porque la inmobiliaria Sabea escatimó en la construcción? ¿Se enferma y en el hospital le dicen que no hay lugar, y si hay lugar, no hay material médico? ¿Abusan de él, sus hijos desaparecen? Job baja la cabeza, repite aquello de "¿quién soy yo para saber lo que merezco?", y se rehúsa a acusar a los del Gobierno.

En la fábula bíblica, Job sale ganando. Dios se da cuenta de que su criatura es capaz de más sacrificios que Él mismo, y que muestra una envidiable capacidad de perdón. Por lo tanto, Dios decide recompensar tanta devoción y le otorga a Job el doble de lo que le había quitado. Eso, el final feliz. Pero en la realidad, las cosas son un tanto distintas. Job sigue sufriendo y de la supuesta recompensa, por el momento no se sabe nada. ¿Hasta cuándo aguantará Job? ¿Cuántas cosas más habrá que quitarle para que reconozca que toda injusticia es inaceptable? ¿En qué momento se preguntará, como dice el derecho romano, Cui bono? Es decir: ¿a quién beneficia todo esto que le está ocurriendo? ¿Quién se ha quedado con sus rebaños, con sus propiedades, con el fruto de su trabajo? ¿Quién es responsable de la muerte de sus hijos? ¿Cuándo tiene un hombre la obligación de defenderse contra la arbitrariedad de los que están en el poder? ¿De cuántos derechos más habrá que privarlo al pobre Job antes de que diga "basta"? El reto de Satanás sigue en pie.

FERNANDO VICENTE
FERNANDO VICENTE

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