Llorones
Los partidos políticos catalanes y el Gobierno de la Generalitat están cada día más llorones. El nacionalismo que impregna la acción de todos los grupos políticos catalanes empuja por el camino del lamento, por echar las culpas a los demás, sobre todo a ese ente abstracto llamado "Madrid" o a estar "cansados de España", como dicen con frecuencia. De acuerdo en que cuando los servicios públicos no funcionan la gente debe enfadarse y protestar. Y los gobernantes responsables de su funcionamiento deben dar explicaciones, pedir excusas y ponerse a la tarea de que funcionen correctamente. Hasta me parece un acierto la idea de Rajoy de hacer una ley de la Calidad de los Servicios que permita a los usuarios la reclamación de sus derechos, siempre que afecte tanto a los servicios públicos como a los privados.
Hay que entender las quejas de los usuarios de las autopistas catalanas, del aeropuerto de El Prat, de los clientes de Endesa y de las cercanías ferroviarias de Barcelona. Imagino que cada caso es diferente y habrá culpables distintos en cada fallo. Todos estos problemas juntos, como por casualidad, han llevado a la opinión pública una idea absurda: el déficit de infraestructuras de Cataluña. Un poco de respeto, por favor. Una de las comunidades más desarrolladas, por encima de la media europea, que se vanagloria de sus aportaciones fiscales al Estado, de su elevado nivel de empleo y modernidad, no puede estar quejándose todo el día.
Esos políticos catalanes de camisas oscuras y mensajes más oscuros aún parece que viven en otra galaxia o que no siguen la máxima de viajar más y leer menos informes. Porque basta recorrer Andalucía para entender que no es verdad. Que este año no haya habido apagones no quiere decir que la red esté perfecta. Tenemos una sola autovía para salir de toda una comunidad tan extensa y tan poblada. Eso sí, desde hace 15 años tenemos el AVE que a Barcelona llegará en diciembre. Pero seamos serios. La función del Estado es distribuir la riqueza, no invertir más donde más hay , porque eso lleva a la espiral del subdesarrollo. Por eso la disposición adicional del Estatuto de Autonomía para Cataluña es profundamente injusta e insolidaria. Invertir en función de la aportación a la riqueza nacional es un egoísmo reaccionario y una falta de sentido de la solidaridad. En cambio, la disposición idéntica en el Estatuto andaluz es justa, aunque corta si me apuran. Invertir sobre el porcentaje de la población tiene más sentido que hacerlo en función de la aportación al Producto Interior Bruto.
Hay que reconocer que la forma en la que se invierten los fondos estructurales europeos es la manera progresista de hacerlo: en función del nivel de desarrollo. A menor desarrollo, mayor inversión para promover la igualdad entre los europeos. Se hace en Europa, pero los políticos catalanes no quieren que se haga en España. Tiene razón el nuevo presidente del PP catalán, Daniel Sirera, cuando dice que los dirigentes de la Generalitat han estado más atentos a la identidad que a la inversión y a mejorar la vida de los catalanes. Si en vez de preocuparse por el idioma en el que están etiquetados los productos o por las selecciones deportivas hubieran invertido sus recursos quizás no tendrían ahora todos esos problemas a la vez. Andalucía, con respecto a España, es el 17,8% de la población y el 13,73% del PIB mientras Cataluña es el 15,77% y el 18,82% respectivamente.
Los políticos catalanes han jugado al estilo "cheque británico" de Margaret Thatcher, a tratar al conjunto del Estado como si tuviéramos que devolver lo que es suyo. Hay que tener en cuenta que Andalucía es tres veces más grande que Cataluña y con un nivel de renta inferior a la media europea. ¿Alguien en su sano juicio puede creerse de verdad lo del déficit de infraestructuras de Cataluña? Llevamos más de 15 años con los gobiernos españoles dependiendo de las minorías catalanas para su formación y para aprobar presupuestos. ¿No han sido capaces los políticos catalanes, tan listos como son, de conseguir inversiones? Que no lloren tanto y que gestionen mejor.
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