Dos reinas míticas
Los cantares de gesta suelen centrarse en héroes nobles y valerosos -en ocasiones, como es el caso del Cid, casi sin tacha; en otras, capaces de delinquir, pero sin perder por ello su grandeza-. Contra ellos, se mueven los personajes traidores, ruines, malvados. Sin embargo, en el Cantar de los nibelungos, a pesar de que un personaje, Hagen de Trónege, ocupa el lugar del malvado, los restantes caballeros -Sigfrido incluido- distan mucho, pese a su heroísmo, de poder considerarse admirables, y los personajes más interesantes son dos mujeres, dos reinas magníficas y terribles.
La historia va así. Sigfrido, el gran héroe germano, oye decir que en la corte de Worms existe una doncella de belleza sin par. Se llama Krimilda, y es hermana del Gunter, rey de Burgundia. Sigfrido va a Worms y le pide a Gunter la mano de su hermana. Gunter, enamorado a su vez de una doncella a la que no ha visto jamás, Brunilda, reina de Islandia, le promete a Sigfrido la mano de Krimilda si a cambio le ayuda a conquistarla.
Las dos muchachas no pueden ser más distintas. Krimilda es el prototipo de la princesa medieval: discreta, obediente, dulce; teje y cose junto a sus doncellas y escucha al trovador. En la genial película de Fritz Lang, viste de blanco, lleva dos largas trenzas rubias, se mueve con compostura y mantiene baja la mirada. Brunilda es aguerrida y salvaje. Lang la presenta morena, la melena en desorden, la ropa oscura, los ademanes bruscos. No quiere casarse y ha impuesto a los pretendientes competir con ella en tres pruebas de fuerza, y, caso de fracasar, ser decapitados. Sigfrido acompaña a Gunter a Islandia, y, valiéndose de un manto que le hace invisible, supera en su lugar las tres pruebas.
Aquí experimenta el lector -o tal vez sobre todo la lectora- las primeras dudas. ¿No tiene reparos Sigfrido en engañar a la reina de Islandia? ¿No le avergüenza a Gunter que otro hombre conquiste para él a su esposa? Pero lo que sigue es peor. Se casan las dos parejas, y, la noche de bodas, Gunter es rechazado por Brunilda y colgado de un gancho en la pared. Le cuenta sus cuitas a Sigfrido, y éste, invisible de nuevo, domina a la mujer y se la entrega vencida al rey. Y no sólo le roba a la víctima un anillo y un cinturón, sino que se los regala a su esposa, y en un ataque de oligofrenia profunda le cuenta de dónde proceden. El gran héroe germano es más valiente y fuerte que nadie, pero no es muy estricto en cuestiones de honestidad ni parece demasiado listo.
A partir de este punto la tragedia se desencadena inevitable. Las dos reinas se enfrentan públicamente ante la catedral, y Krimilda, en un arrebato de ira, muestra a su contrincante el anillo y el cinturón, y asegura que fue Sigfrido quien yació con ella la primera noche. La ofensa es tan grave que Brunilda exige la muerte del héroe. Los burgundios la secundan. Hagen -que será malvado, pero no es tonto- consigue que la crédula Krimilda marque con una cruz el único punto en que Sigfrido es vulnerable. Salen de cacería, Hagen asesina a Sigfrido y, en un refinamiento de crueldad, deposita el cadáver ante la puerta del aposento de Krimilda.
La reina de Islandia ha consumado su venganza. Y ahora Krimilda -la de las rubias trenzas, la mirada baja, la dulce sonrisa-, herida en lo más profundo, víctima también ella de un vil engaño, se convierte a su vez en una mujer peligrosa, astuta y despiadada. La segunda parte del Cantar está dedicada a su venganza. Se casa con Atila, rey de los hunos, consigue que éste invite a los burgundios a visitarles, y en salvaje combate van sucumbiendo unos y otros. Antes de morir ella también, Krimilda hace decapitar a su hermano Gunter y mata por su propia mano a Hagen. El poema termina en un baño de sangre.
En cualquier época han escaseado las mujeres de ese temple, y que en los oscuros años del Medioevo aparezcan dos -inicialmente muy distintas y luego semejantes, capaces de reaccionar ante la adversidad y convertirse en las auténticas protagonistas de un cantar de gesta, reduciendo a los esforzados héroes que las rodean en figuras casi deplorables- resulta sorprendente.
Y no voy a negar que me divierte.
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