Una investigación del baile
La compañía Fenicia viaja a través de la danza y explora en Oriente los orígenes del flamenco
La temporada se abre en La Vaguada con sabores y perfumes orientales: el estreno de la compañía Fenicia con la obra Drom. Es un recorrido a través de una suite musical y de danzas exóticas que parten de la lejana Asia hasta llegar a Andalucía y fraguar en el baile flamenco que conocemos hoy. La directora y coreógrafa Cristiane Azem intenta desbrozar esa tierra oscura de los orígenes del flamenco, un tema tan discutido como espinoso en el que ni coreógrafos, antropólogos y bailarines logran ponerse de acuerdo.
La compañía se compone enteramente de mujeres, a la usanza de los conjuntos hindúes antiguos, y a través de los bailes se pone de relieve el papel de la mujer en el largo viaje de la danza, una transmigración que atraviesa continentes, siglos y culturas.
El grupo se compone enteramente de mujeres a la usanza de los conjuntos hindúes
El debú de la compañía Fenicia fue hace un año también en el Teatro de Madrid, en el marco del ciclo Cartografías de la Danza, que este centro teatral de La Vaguada organiza todos los años con compañías noveles, bailarines y grupos alternativos.
La idea central de la obra es un viaje de siglos a través de las tradiciones bailadas que han configurado muchos estilos de danza diferentes.
Drom en romaní significa "camino" o "viaje", entre otras acepciones secundarias, y esta vez quiere titular un cuadro coreográfico que habla del largo viaje de los gitanos desde Rajastán en India hasta España, pasando por estadios y peripecias en el tiempo y en el baile mismo que le sitúan en Persia, Turquía, Europa Central, Egipto, Francia y, por fin, la península Ibérica. El punto de partida en Rajastán es un baile de la cultura Kabelia, donde impera el colorismo y una alegría vital; en Persia se imaginan danzas de espadas; en Turquía, un baile de seducción; en Centroeuropa, el baile desgarrado se transforma en circo y fantasía; en Egipto, confluyen las culturas árabe y gitana, y ya en Francia, la escena de Drom se detiene en Sainte Marie de la Mer, lugar de peregrinación ante Sara, la Virgen Negra de los gitanos. El final está en Granada, donde una canción andalusí abre ilusoriamente las puertas de la Alhambra y donde la voz flamenca lleva hasta el barrio del Albaicín, a las cuevas donde concluye el imaginario viaje.
En el terreno estético, la directora Cristiane Azem ha escogido para Drom el chacra de Ashok, un círculo o rueda que además aparece representado en la bandera romaní y que, según se cree, tiene su origen en un mural de la antigua Persia; a la vez, es un símbolo solar y representa el giro de la rueda, su dinámica incesante. Ésta es una de las justificaciones para unas danzas que contienen en los giros y sus variantes una de sus expresiones básicas, uno de sus materiales más recurrentes y explotados.
El giro, cuando el bailarín no se desplaza a lo largo o ancho de una planimetría sino que lo hace sobre sí mismo como eje, ha sido estudiado por analistas del baile, antropólogos de todas las culturas; Curt Sachs (en su Historia general de la danza) y Gino Tani (en su monumental e imprescindible Storia della danza), los dos estudiosos científicos más importantes de la danza en el siglo XX, destacan la importancia del giro. Los estudiosos establecen que el giro es probablemente, junto con algunos saltos primitivos, la génesis de todas las danzas conocidas.
Drom. Teatro de Madrid. Avenida de la Ilustración, s/n. Hasta el 9 de septiembre.
Una brasileña de origen libanés
La compañía Fenicia está dirigida por la bailarina brasileña de origen libanés Cristiane Azem, que tras más de 10 años asentada en Madrid, ha desarrollado una ingente labor de divulgación de la danza oriental y sus raíces.
El espectáculo Drom de Azem responde en cierto sentido a su formación poliédrica y desde sus perspectivas eclécticas, quiere dar respuesta a temas como los orígenes del baile flamenco. Azem se formó en primera instancia con un maestro que provenía del tronco del grupo Corpo, de Bello Horizonte (fundado por los hermanos Pederneiras) y que siempre han perseguido una humanística de la danza moderna; después se inició en la danza española por la vía del folclore, asimilando jotas, muñeiras y sevillanas hasta que encontró a Alina Bienarca, que había bailado con Pilar López y con los Pericet. A su sombra conoció de primera mano zambra, tanguillos, el manejo de la bata de cola y la pericia en las castañuelas, y en parte, esa iniciación en el flamenco la deriva a Madrid a la legendaria escuela de Amor de Dios, donde continúa estudiando danza española y flamenco. Esa formación (donde no faltan El Güito y La Tati) y la influencia de dos músicos: Eduardo Paniagua (para los meandros de la música andalusí) y Luis Delgado (en la reinterpretación contemporánea de la tradición flamenca y andaluza) hacen el poso que encuentra una respuesta parcial en el cuadro final de su nuevo ballet, donde se dan cita lo andalusí, el flamenco racial granadino y finalmente, de manera simbólica, el uso de la voz de Camarón.
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