Fulgores del Peloponeso
En esta península que lleva el nombre de la isla de Pélope -y que ahora sí es una isla gracias al istmo de Corinto- están los lugares de mayor prestigio mítico e histórico de la antigua Grecia. Al noreste estuvo el poderoso reino de Argos, y en su centro la ciudadela ciclópea de Micenas. Allí fue rey Agamenón, el caudillo de la expedición aquea que destruyó la Troya homérica. En su palacio fue asesinado a su regreso por su esposa Clitemnestra y con él su cautiva Casandra, la hija de Príamo. Allí también Orestes mató a Clitemnestra y a Egisto vengando a su padre. Quedan en la colina las ruinas imponentes excavadas por Heinrich Schliemann: los muros micénicos, la Puerta de los Leones, y más allá, las tumbas de cúpula donde se encontró el áureo tesoro de Atreo.
Hacia el oeste queda la hermosa tierra de Élide en torno a la ciudad de Olimpia, donde se celebraron los famosos Juegos atléticos panhelénicos durante unos mil años. Los arqueólogos han sacado a la luz las bases de templos y gimnasios, y el viajero puede pasearse entre sus blancas columnas truncas e imaginarse, en contraste con el sereno silencio, el bullicio de antaño y las voces resonantes del gentío variopinto que aquí acudía de toda Grecia. Un excelente museo guarda reliquias del antiguo esplendor.
Más al sur, en el centro, se extendía Lacedemonia, junto al amplio llano de Mesenia, una comarca que los espartanos sometieron en la época arcaica. Allí se alzó la renombrada y heroica ciudad de Esparta, patria de impávidos guerreros, los hoplitas que supieron morir con Leónidas en las Termópilas y vencer luego a los invasores persas en Platea, y más tarde derrotar a la democrática Atenas en la larga guerra del Peloponeso.
Antes, en tiempos míticos, allí fue soberano Menelao, el esposo de Helena, y en su palacio, según la Odisea, este regio matrimonio, tras la aventura de Troya, albergó regiamente a Telémaco, hijo de Ulises, que buscaba a su viajero padre. Escasas ruinas quedan de la orgullosa Esparta, que no edificó murallas, confiada en que ningún enemigo llegaría hasta ella, ni grandes monumentos.
Ya Tucídides advirtió que por ello les sería difícil a las gentes futuras hacerse idea del poderío de tan sobria polis. Junto a Esparta está su río, el Eurotas, y el monte Taigeto , donde los espartanos arrojaban a los recién nacidos con algún defecto. Sobre las cumbres vecinas se alzan las bellas cúpulas bizantinas del monasterio de Mistras, que dominan un panorama magnífico.
Hay más lugares memorables. En la clara bahía de Pilos, las ruinas de un palacio micénico recuerdan al iliádico Néstor. (En sus aguas tuvo lugar la batalla de Navarino, decisiva para la Grecia actual). Cerca de Micenas está el gran santuario de Epidauro, dedicado a Asclepio, con su espléndido teatro. Al otro lado del istmo relumbró la rica Corinto, destruida por los romanos. Aún conserva interesantes ruinas, y ecos de los lamentos de Medea y de un sermón de San Pablo.
Esas tierras helénicas que el fuego calcina o amenaza albergan nombres y mitos que son un legado esencial de nuestra cultura europea. Con la tierra más antigua de Grecia arde un paisaje de nuestro imaginario; algo nuestro arde en el Peloponeso.
Carlos García Gual es catedrático de Filología Griega y autor de Diccionario de mitos.
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