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Reportaje:

De copas en la nevera

Abierto en la Costa del Sol un bar construido íntegramente con hielo

Juana Viúdez

Un bar de hielo es la antítesis de los bares tradicionales. Se sale de él para entrar en calor, y no para tomar aire fresco. No hay humo, porque el fuego de los cigarrillos derretiría sus paredes, y los camareros no sudan, usan ropa térmica para aguantar sus -10º de temperatura. Aún así, el Boal?s Ice Bar abierto en Benalmádena (Málaga) a comienzos de julio es toda una experiencia. Sus clientes se tienen que poner una simulación de piel de oso que también cubre la cabeza y unos guantes para franquear la puerta y les asoma una sonrisa en cuanto ven sus paredes de hielo. La expresión les queda congelada hasta la salida, quien sabe si por lo que lo han disfrutado o por las bajas temperaturas.

Patrick Boal, el empresario irlandés de 53 años que ha decidido importar este modelo de ocio a la Costa del Sol, asegura que España, conocida por sus temperaturas cálidas, era el lugar perfecto para disfrutar del contraste. Descubrió el modelo en Nueva Zelanda y se embarcó en este proyecto, a pesar de ser un principiante en el mundo de la hostelería. "En mi familia creyeron que estaba loco porque siempre he tenido negocios de transportes y aparcamientos", explica en inglés. Boal mantiene que, por el momento, están cumpliendo con las expectativas, aunque -gesto de terror- todavía no ha recibido la primera factura de la luz.

El negocio, del que hay clones en otras capitales europeas como Ámsterdam, Londres o Milán, es toda una novedad en la zona. Sus clientes pagan 10 euros por la entrada, que incluye el alquiler de ropa de abrigo y una consumición. La media aguanta entre 15 y 20 minutos dentro, el tiempo justo para que los tiritones pasen de hacer gracia a molestar. ¿Qué se siente estando dentro? "Fredo", responde una veraneante italiana que el pasado jueves se animó a entrar con media docena de compatriotas. A su lado, Verónica y Henar, dos jóvenes de Valladolid, sorben un combinado con alusiones polares tipo Tigre siberiano, Región polar o Montaña nevada. "Estamos encantadas, pero en cuanto lo terminemos salimos", decían entre risas. En el local, de unos 40 metros cuadrados, bloques de hielo de entre 3 y 4 litros conforman las paredes, la barra y unos asientos cubiertos con mantas. La luz es azulada y simula el aspecto de un iglú. No hay cuadros ni pósters. La música suena a volumen medio.

La diferencia de temperatura con respecto al exterior es de 30º. Unos motores de gran potencia mantienen el clima polar. "La mayoría de la energía se va al abrir y cerrar las puertas. Ante un apagón aguantaríamos hasta 24 horas sin sufrir daños, aunque tendríamos que cerrar", explica el dueño.

Casi todos los clientes se fotografían abrazados a un oso polar de dos metros que adorna uno de sus rincones o bebiendo una copa con gesto de congelación. También los hay que compiten para medir su aguante al frío. "Dos chicos daneses tienen el récord", dice Boal, "resistieron cinco horas". Sus tres camareros no entran en el juego. Hacen turnos de una hora y después rotan a la terraza, que está a temperatura ambiente. Hasta el momento sus visitantes son de todo tipo. Grupos de amigos, familias, adolescentes... Al dueño le parece una buena opción para despedidas de solteros, aunque no podrían llevarse strippers... "Hasta el momento nadie me ha querido denunciar por coger un enfriamiento", bromea. De vuelta en la calle, el denostado calor veraniego se agradece.

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Sobre la firma

Juana Viúdez
Es redactora de la sección de España, donde realiza labores de redacción y edición. Ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria profesional en EL PAÍS. Antes trabajó en el diario Málaga Hoy y en Cadena Ser. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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