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Crónica:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | CAPITÁN TRUENO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un caballero impecable

Enric González

Mi relación con el Capitán Trueno es personal, lo que complica un poco las cosas. Nunca he conseguido creer que naciera en el siglo XII, en algún lugar de la costa ampurdanesa, hijo primogénito de un señor feudal aficionado a la filosofía. Eso dice su biografía, hasta cierto punto inverosímil. Un tipo tan generoso y optimista había de tener un pasado más complejo, abundante en miserias y en esfuerzos.

Para adquirir el temple de Trueno, héroe ajeno a la arrogancia y al rencor, hacía falta la experiencia vital de Víctor Mora, barcelonés nacido en 1931, hijo de un policía de la Generalitat republicana, niño de la guerra y exiliado en Francia a los ocho años. En 1956, Víctor Mora tenía 25. Su padre había muerto. Residía junto con su madre en unas dependencias del viejo Matadero de Barcelona, un lugar en el que se adquiría una cordial intimidad con las ratas, y trabajaba como guionista en las oficinas de la editorial Bruguera.

Las aventuras del Capitán contenían una inocente "clave revolucionaria". El caballero ejercía como agitador social

Los guionistas de aquella empresa, que explotaba a sus empleados con un rigor casi científico, dedicaban la jornada laboral a crear las historias de personajes consolidados como el Doctor Niebla. Mora ejercía, además, como dibujante ocasional. La hora de comer, sobre la misma mesa de trabajo, se destinaba a la invención de nuevos héroes, para que los guionistas, gente por naturaleza dada a la molicie, no dejaran de producir beneficio a los hermanos Bruguera. En uno de esos mediodías de gulag, Mora pensó en un caballero medieval menos cursi que el Guerrero del Antifaz.

La idea del guionista fue aceptada y entró en el sistema de producción. Los dibujos fueron asignados a Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambrós, un gran historietista de trazo potente y dinámico.

El mecanismo era implacable: a los nuevos héroes se les concedían cuatro semanas de vida; si después de cuatro semanas y cuatro aventuras no alcanzaban el éxito comercial, desaparecían. El primer cuaderno del Capitán Trueno fue un fracaso. También lo fue el segundo. El tercero fue escrito y dibujado como penúltimo de una serie efímera. Pero ese cuaderno se vendió bien, el cuarto aún mejor, y Víctor Mora se encontró con un fenómeno entre las manos.

Mora no dejó de ser pobre y añadió a su condición social la de preso: pasó una temporada por rojo en La Modelo. El hecho de que uno de sus carceleros fuera Luis García Lecha, también escritor de Bruguera con un par de seudónimos (el arrebatador Louis G. Milk, y el más llevadero Keith Luger), le ayudó a mantener contacto con el exterior.

He hablado ya de mi relación personal con Trueno. Para mí no era un personaje, sino un hombre de carne y hueso, con los ojos claros y las manos muy grandes. Conocí al auténtico Trueno, Víctor Mora, antes que al caballero medieval. Luego aprendí a leer con sus aventuras, pero no logré despejar la confusión: yo "sabía" que Víctor, ese señor del que se hablaba tanto en casa (mi padre, Francisco González Ledesma, formaba parte de los héroes reales del gulag de Bruguera) "era" el Capitán Trueno, porque lo había inventado. Me cuesta distinguir entre los creadores y sus personajes.

Las aventuras del Capitán Trueno contenían una inocente "clave revolucionaria". El caballero ejercía como agitador social: llegaba a un lugar sometido a la injusticia, se enfrentaba a los tiranos, animaba a la rebelión a los oprimidos (siempre buenos y leales) y lograba que la paz y la libertad se impusieran. Golpeaba sin matar, perdonaba, reía (gracias al impagable Goliath y al joven Crispín) y mantenía una relación estable y no marital (lo que causó problemas recurrentes de censura) con la reina Sigrid de Thule, el primer mito erótico de los niños de mi época.

Víctor Mora suele hacer una crítica al Capitán Trueno. Era, dice, como los héroes de las "malas novelas soviéticas": no dudaba, reprimía cualquier incertidumbre para estar a la altura de sus ideales. Es cierto. Pero, ¿qué habría podido reprocharse ese caballero honesto y valiente, de ojos claros y manos enormes? Absolutamente nada. A día de hoy, sigue siendo un caballero impecable.

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