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AL VOLANTE | PRUEBA
Columna
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Muy fácil de conducir

A pesar de su imagen, el R8 impresiona por su buen carácter. Exige acostumbrarse a detalles como la altura, porque se va sentado muy bajo; la visibilidad trasera, muy justa, y la distancia al suelo, porque puede tocar abajo en rampas y bordillos. Pero es muy fácil de conducir.

Un V8 de 420 CV muy flexible

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Un superdeportivo con muy buen carácter

El motor 4.2 V8 incluye cambio manual de seis marchas y tracción Quattro. Rinde 420 CV a 7.800 vueltas, pero tiene un par o fuerza de empuje de 430 newton/metro entre 4.500 y 6.000, igual de importante, porque mejora la elasticidad. Al margen de las cifras, lo sorprendente del R8 es que se puede conducir tan despacio como un utilitario básico o tan rápido como el mejor purasangre, aunque sea sólo en circuito, y no se queja nunca. La clave es su flexibilidad: responde desde 1.000 vueltas y se estira hasta 8.250 con un empuje constante que impresiona por su progresividad. En proporción, va mejor entre 1.000 y 6.000, porque después, de 6.000 a 8.250 no tiene la rabia ni el rugido electrizante de otros purasangre. Pero en ciudad se puede circular casi sin reducir y tiene un empuje y prestaciones que entusiasman pegando la espalda al respaldo cuando se acelera a fondo: 4,6 segundos de 0 a 100 km/h. y 301 km/h.

El R8 hace todo fácil, pero hay que estar atento al embrague -tiene un recorrido largo de pedal y exige tacto al arrancar para evitar brusquedades- y al accionamiento del cambio, menos rápido y preciso de lo deseable. Pero confirma su calidad mecánica en el consumo, que no se dispara: gasta 11 litros en conducción suave, sube a 15 si se estiran las marchas y no llega a 20 en tráfico urbano.

Conducción de GTI

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Con esta base, el R8 presenta una estabilidad sobresaliente e impresiona por su facilidad de conducción: todo funciona con suavidad y precisión, y no exige grandes dotes técnicas para disfrutarlo.

En zonas viradas tiene la agilidad de un GTI, gira muy plano en las curvas y se agarra como si fuera sobre raíles. Y en trazados rápidos ofrece la suavidad y aplomo de una buena berlina, pero con la eficacia de un superdeportivo: tiene una dirección precisa y viaja con mucho aplomo. Entre las claves de su eficaz comportamiento está la tracción Quattro y el reparto de pesos entre los ejes, que mejoran la estabilidad. Así, enlaza las curvas con una leve insinuación de volante, los frenos clavan el coche sin fatigarse y las ayudas electrónicas como el ESP ayudan sin que el conductor lo note. Pero al contrario que otros coches de motor central, se conduce sin tensión, y sus reacciones sanas, eficaces y progresivas dan confianza.

El R8 marca también la diferencia por su confort, y a pesar de tener unas suspensiones deportivas de recorridos cortos, los amortiguadores filtran todo sin inmutarse y permite hacer viajes largos sin cansarse, disfrutando una comodidad muy superior a la de otros superdeportivos.

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