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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Derroche en el fútbol

La Liga de fútbol arranca hoy entre la excitación que provoca el río de millones gastado en futbolistas de reconocida calidad y otros que tendrán que demostrarla y la grave crisis desatada por la productora Mediapro al romper sus compromisos con Audiovisual Sport y poner en peligro la normal explotación de los derechos futbolísticos del campeonato. No son fenómenos ajenos. Sobre el segúndo sólo cabe confiar en que al final se imponga el sentido común y que quienes actúan como meros especuladores cumplan con la ley y con los compromisos firmados. Mediapro, sin embargo, confirmó ayer su voluntad de piratear la imagen de tres partidos de Primera División, que emitirá en abierto La Sexta.

Sobre el segundo, es decir, el despilfarro de los clubes, el aficionado asiste, entre ilusionado y sorprendido, a fichajes muchas veces desproporcionados. ¿Es excesivo pagar 30 millones de euros por un central que ni siquiera es internacional, como ha hecho el Real Madrid con el brasileño Pepe? Los equipos de Primera División han superado el récord histórico de hace siete años (450 millones de euros). Esta temporada han invertido más de 470 millones en fichajes. Y el Madrid, campeón del último título liguero, con 118 millones, pasa a ser el conjunto europeo que más ha gastado, muy por encima del Barcelona, Chelsea, Manchester United, Liverpool o Bayern de Múnich.

Así es el fútbol, un fenómeno de masas que en España mueve cientos de millones gracias a la televisión, la publicidad y algunos pelotazos urbanísticos. Los beneficios de las cuotas de socios o la venta de entradas soportan una pequeña parte del presupuesto de un club. Se trata de un equilibrio precario sobre el que descansa la ilusión de cientos de miles de aficionados, que tienen todo el derecho del mundo a disfrutar del juego. Junto al negocio están la pasión de los hinchas y el vértigo del espectáculo. Es en los límites del terreno de juego donde debería quedar limitada la incertidumbre del marcador y el trabajo de los prestidigitadores del balón. En los despachos, ya sea de los clubes o de las productoras que explotan las imágenes, debería reinar la decencia, la transparencia y la ley.

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