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Españas

Joan Subirats

Estamos en una situación curiosa a pocos meses de las elecciones. El Gobierno afirma que todo va bien, la oposición afirma que si bien ciertos temas van bien, aunque podrían ir mejor, hay muchas cosas que van fatal. Y mientras, mucha gente en España no ve reflejadas sus preocupaciones ni por unos ni por otros. Seguramente, lo que está ocurriendo es que aumenta el número de personas que son cada vez más invisibles para las instituciones públicas. Desde mi punto de vista crecen los procesos de dualización social en España, y esa preocupante situación no tiene quien la canalice políticamente de manera adecuada. La situación económica es aparentemente mejor que nunca. El paro ha disminuido a niveles que resultan difíciles de recordar en la España democrática. Los indicadores macroeconómicos expresan una salud envidiable. Corre el dinero, se venden pisos, se exporta más que nunca, los bancos y las empresas españolas invierten en cualquier rincón del mundo. Pero, todo ello, como acostumbra a pasar, no se reparte o afecta de la misma manera a los habitantes del país. Al mismo tiempo que el bienestar general aumenta, se acrecienta el malestar particular de muchos. La sociedad española es más rica, pero es también más desigual. Más gente que no llega a final de mes. Más gente que se endeuda de manera creciente. Más jóvenes que no logran estabilizar su empleo, ni emanciparse de sus dependencias familiares. Más ancianos, y sobre todo ancianas, que se las ven y se las desean para poder seguir viviendo dignamente. Los inmigrantes sin papeles siguen estando en niveles de supervivencia muy básicos, y sin posibilidades de acceder a la condición de ciudadanos. Hay barrios en las grandes ciudades que tienen niveles de vida y de convivencia que están muy alejados de otros barrios de esas mismas ciudades (en Barcelona, las diferencias en renta familiar disponible entre el barrio de Besós Mar o zonas del Raval y zonas de Pedralbes es de 1 a 6). Crece sin parar la población reclusa en España, y los lugares de procedencia y los colores de la piel de los recluidos van concentrándose de manera inequívoca. Podríamos seguir.

Políticamente, esa realidad, que aumenta en vez de disminuir, no encuentra "voz" en el sistema institucional. Son personas, colectivos y territorios cada vez más invisibles. El mapa de la abstención en España es muy elocuente, si uno pasa de la macrocifra de la provincia o de la ciudad a la del barrio o de las secciones censales. Las correlaciones entre abstención electoral, nivel de estudios y de renta, asustan. La autonomía individual plena se consigue a través de la participación efectiva en la vida pública, y si bien ello no tiene por qué pasar estrictamente por ir a votar en unas elecciones, los políticos que acostumbran a centrar la capacidad de transformación social en la acción desde las instituciones no deberían mirar a otro lado cuando esa exclusión política acontece. La apatía política no es una causa sino una consecuencia de la falta de presencia activa de cada quien. ¿Es necesario recordar que política y cotidianeidad no son compartimientos estancos, y que por tanto, si tu día a día está lleno de sinsabores, problemas, marginalidades y exclusiones, difícilmente podrás imaginarte o pensarte como ciudadano sólo para ir a votar en unas elecciones llenas de mensajes simplificadores y de dramaturgias para iniciados? Uno es ciudadano, o sujeto activo, en política si lo es y se siente como tal en su vida cotidiana. La abstención selectiva, ese plus de ausencia de voz, no nos debería pasar por alto.

En este sentido, pienso que uno de los peores errores de un político es no ser capaz de recibir señales de su entorno. Si uno está en el Gobierno, ello puede ocurrir al producirse el llamado efecto group thinking, por el cual el líder queda cortocircuitado de lo que realmente ocurre, ya que la información le llega filtrada por un entorno que sólo transmite lo que resulta positivo, o coherente con la estrategia que ellos mismos han diseñado. Pero, puede también ocurrir que sea el propio líder el que "filtra" y descarta, de manera consciente o inconsciente, todo aquello que le resulta incómodo o contradictorio con su propia posición. ¿Ocurre ello en España? Si hacemos caso de lo que van diciendo el presidente Zapatero o el ministro Solbes, parecería que a veces ello es así. Y si observamos a la oposición que realiza el Partido Popular, no parece que ello le preocupe demasiado, enfrascado como está en el sonsonete del terrorismo, la fractura de España, el adoctrinamiento de los niños y jóvenes en las escuelas o los peligros que aparentemente corre la libertad religiosa. ¿Quién representa a los sin voz? Necesitamos un poco más de radicalidad democrática, recordando que democracia no es sólo el mantenimiento de unas reglas de juego y de representación determinadas sino que los valores que la democracia transporta, sus "promesas" (parafraseando a Bobbio), son también promesas de igualdad y de transformación social. El problema que tratamos de plantear no es estrictamente de sistema electoral. Evidentemente, sería mejor un sistema que combinara más personalización de la representación con mecanismos que aseguren que la proporcionalidad no se pierde. Pero el tema central no es ése. De lo que estamos hablando es de mejorar las condiciones de vida de la gente. Si estamos en lo cierto, a más igualdad, bienestar y educación, más participación. No basta que la gente se asuste con que va a ganar el PP, o que si gana el PSOE España se hunde. Sólo con temor no arreglaremos el tema. Necesitamos visión, convicción y sensación de que votando, mi vida, nuestras vidas, pueden mejorar. Si no recibimos esas señales, cambiando políticas y prioridades, acabaremos, de hecho, deslegitimando la propia democracia.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona

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