_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Medalla de Galicia y cambio político

La imagen de Isaac Díaz Pardo recibiendo del presidente de la Xunta la Medalla de Oro de Galicia puede servir de colofón a los dos primeros años del gobierno del cambio. En cierto modo la ceremonia del pasado 25 de julio ha funcionado como un gran símbolo de la primera mitad del mandato, y no porque fuese imposible que Fraga le hubiera entregado esa distinción a Díaz Pardo, sino porque con don Manuel sí lo hubiera sido la forma en que lo hizo Emilio Pérez Touriño.

Si recuerdan, el anterior gobierno de la Xunta concedía cada año alrededor de 35 medallas de Galicia. Las había de oro, plata y bronce, y todas se entregaban el 25 de julio en un único acto. En 2005, por ejemplo, Manuel Fraga, ya presidente en funciones, entregó 37 (3 de oro, 12 de plata y 22 de bronce). La ceremonia se desarrolló con guión y presentación similares a los de años anteriores: un recinto cerrado; las máximas autoridades en la mesa central de un estrado; los premiados sentados en un lateral, colocados en filas de acuerdo con la relevancia de la distinción que recibían; en el lateral opuesto, los miembros del Gobierno gallego y otras autoridades autonómicas. El conselleiro de Presidencia leía una a una las nominaciones, con su respectiva justificación, en orden de rango creciente; cada galardonado se levantaba a recibir de manos del presidente la medalla y un diploma, y volvía a su asiento. Al acabar todas las entregas, uno de los homenajeados hablaba en nombre de todos. Le respondía el presidente, y el acto finalizaba con el himno gallego tras alguna inevitable gaita y ráfagas de tambores escoceses.

Esa puesta en escena fue durante años una buena representación de la imagen institucional de la Xunta y, por ende, de Galicia: el todo entendido como un amontonamiento de partes, algo así como un milladoiro al que le da sentido un eje central, una cruz estructurante: la preponderancia del poder. Si, porque, aunque parezca lo contrario, tanto premiado junto y el que uno de ellos actuase como portavoz de los demás sin poder serlo en puridad -porque apenas tenían cosas en común, tan distantes y ajenos eran entre sí como dispersa y fragmentaria la ceremonia que los reunía-, hacía que el protagonismo real del acto no estuviese en los premiados sino en los premiadores.

Ese hecho se acentuaba cuando intervenía el presidente de la Xunta, que al no poder focalizar su mensaje en un galardonado, o siendo tan prolijo hacerlo en todos habiendo tantos, acababa desarrollando su propio discurso: es decir, refiriéndose a sí mismo.

Pues bien, el nuevo Gobierno ha cambiado esa ceremonia, y el cambio ha sido radical y benéfico. Ahora se realiza a cielo abierto y el único premiado es el protagonista. A su sombra se teje un discurso sobre méritos y aspiraciones colectivas, sirviendo a la función ejemplarizante y patriótica de distinción tan relevante. El poder que la concede es, así, un mero representante del país que expresa su reconocimiento a alguien que lo merece.

En 2007 ese alguien ha sido, además, Isaac Díaz Pardo, y en su persona radica otro valor significante para la efeméride del bienio de gobierno de coalición PSdeG-BNG en Galicia, aunque sea por señalar una carencia.Isaac es un señero representante de los socialistas federalistas que, formados en la República y resistentes durante el franquismo, sellaron una alianza casi natural con los galleguistas y nacionalistas históricos para sostener una lucha política, social y cultural por la consecución de unos ideales comunes. Los avatares de la resistencia al régimen y de la recuperación de la democracia han hecho que la relación entre esos dos pilares de la política progresista de Galicia haya devenido en pugna de culturas hostiles, de rivales que, llenos de recíproca antipatía, gobiernan juntos a su pesar, condenados a seguir haciéndolo. Pero hasta en eso puede notarse el cambio: quizás la tensión entre las dos partes de este Gobierno sea menor que la que se daba entre las facciones que vivían a la sombra del de Fraga. En política, ya se sabe, la menor amenaza es el adversario, y la mayor, el compañero de partido.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_