Más gente y menos basura
Todo Bilbao se había juramentado para tener un arranque de fiestas limpio y, a decir verdad, el proyecto se ha saldado con un éxito casi absoluto. Acaso los que estuvieron el sábado a las puertas del Teatro Arriaga tengan una opinión distinta, pero a distancia el juicio está muy claro: allí había más gente que nunca y, al mismo tiempo, menos mierda que nunca. No sé cuál va a ser la imagen final que nos dejen las fiestas, pero ya hay firme candidata: una multitudinaria asistencia al chupinazo inaugural y una milagrosa ausencia de huevos y de harina.
Pablo Martínez Zarracina, escritor que observa el devenir de la fiesta desde el filosófico burladero de su inteligencia, lo expresaba muy bien el otro día: ¿qué es eso de que toda persona tiene un niño en su interior? Lo que tiene en su interior es un chiflado. Buena parte de la chifladura se exteriorizaba en esa inexplicable devoción por la mierda que les solía entrar a los asistentes al acto de apertura de la Aste Nagusia.
Puestos a regarnos con algo, que sea con champán, antes que con un amasijo de harina y huevos frescos
Durante años ha venido creciendo, en tamaño, en espesor y en ingredientes, el caldo nutricio con que arrancaba el jolgorio. Y aquello acababa como el rosario de la aurora. Sus víctimas principales, los integrantes del servicio de limpieza, que en cuestión de unos minutos pasaban por allí para levantar la harina, los grumos, las cáscaras de huevo, los vómitos, y no seguimos el recuento en un rapto de urbanidad.
Pero este ha sido el año de la inversión de la tendencia. Alcalde, concejales, periodistas y chupinera han puesto toda la carne en el asador, con constantes llamamientos a la higiene, la limpieza y el civismo. Y lo cierto es que las masas ciudadanas, con rigor estalinista, han seguido la consigna: tras el chupinazo, algunos payasos insistieron en la harina y en la salsa, pero fueron la excepción. El tono de la fiesta quedó marcado por una torrentera de champán y un confeti fértil e inmaculado. Lo cual demuestra, por una parte, que el asunto de la limpieza es algo relativo, pero que incluso a la hora de ensuciar es posible hacerlo con estilo. Siempre lamento no recordar el título de una película, bastante extravagante, que vi en mi primera juventud. Unos beduinos habían maniatado al aristócrata y le habían abandonado en medio del desierto. El aristócrata estaba sediento, agotado, prácticamente exhausto, mientras los buitres comenzaban a trazar círculos sobre él. "Champán... champán...", musitaba entonces, vencido por la sed, sin aludir al agua.
Bien, pienso que el chupinazo de las fiestas de Bilbao podría albergar una metáfora parecida: puesto a regarnos con algo, que sea con champán, antes que con un amasijo de harina y huevos frescos. En ese sentido, el arranque de la Aste Nagusia 2007 ha sido toda una lección y ojalá nuevas ediciones no hagan más que confirmarla.
Y no sólo la limpieza: como si ya hubiera una fe ciega en que el acto iba a ser distinto al de otros años, el paisanaje reunido en torno al Arriaga fue más variopinto que nunca. Y no sólo, como ya es habitual en los últimos años, en el plano racial y cultural, sino también en el de las edades. Este año había por allí desde niños hasta ancianos, lo cual es otro modo de subrayar la diversidad. El pregonero, Kepa Junkera, resaltó bien alto la diversidad de Bilbao, pero creo que la diversidad que más destacó esta vez fue la de las edades.
Acaso la expectativa de que este año iba a haber menos mierda que otras veces animara a todo el mundo a acudir al Arenal, pero eso también es buena noticia. La plaza quedó cuajada de banderas de konpartsas, que ondeaban al viento en una exposición multicolor. Todo esto despierta buenas vibraciones... y mejor no decir más, para que no vengan los de siempre a aguar la Aste Nagusia.
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