La tosca princesa
¿Hacia dónde alza los brazos Marijaia? La verdad es que el personaje que concibió hace casi treinta años Mari Puri Herrero se ha hecho con la fiesta, del mismo modo en que la fiesta lo ha hecho definitivamente suyo. Pero, vamos a ver ¿adónde van esos brazos de eufórica etxekoandre? ¿Qué buscan más allá de su desmelenada alegría? Batek daki, hubiera dicho (dice, de hecho), el cronista local. Dentro de algunos años se contará como si fuera una leyenda, si no se cuenta ya de esa manera, la circunstancia apremiante, urgente, casi desesperada, en que la artista tuvo que concebir su personaje. La Aste Nagusia daba sus primeros pasos y la comisión de fiestas endosaba a la artista uno de los encargos más atroces que puede recibir cualquier autor: la creación de una obra (cualquiera que esta sea) en cuestión de pocas horas.
Al parecer, no fueron horas: fueron al menos cinco días, pero el encargo quedó cumplido, y con él la representación icónica de la Aste Nagusia. Los amantes del cine, o al menos del cine en su versión legendaria, recordamos el atropellado cierre argumental del guión de Casablanca, inevitable porque llegaba el final del rodaje. Pues bien, con la concepción (inmaculada, al parecer) de Marijaia, la Aste Nagusia culminó una obra no menos genial. No parece mala relación estética: Marijaia, una obra accidental, tan accidental como el guión cinematográfico más célebre de la historia.
A mí me gusta el muñeco, que tiene alguna inspiración en los gigantes de las fiestas populares, pero con un singular añadido: el dinamismo de unos brazos que buscan las nubes y reflejan, en una imagen estática, todo el dinamismo de las fiestas. La verdad es que la majestad icónica de Marijaia cuenta con pocos precedentes (quizás sólo Celedón, que tiene además más solera) y se ha configurado ya como uno de esos elementos que no sólo identifican la fiesta, sino que además la resumen.
A mí me parece que antes de que cumpliera su primer cuarto de siglo Marijaia ya se había convertido en un personaje de leyenda, y que a su alrededor todo es mitológico, legendario y seductor. La modernidad tiene dificultades para generar representaciones que traspasen las urgencias de la mera actualidad y sobrevivan al paso de los años. No digamos ya para insertarse en el inconsciente colectivo. Pues bien, para pasmo de descreídos, Marijaia, como el viejo Celedón, han nacido hace poco, pero lucen como un vino gran reserva. Marijaia, en concreto, tiene algo de advocación mariana, de virgen de pueblo cuyas fiestas agosteñas coinciden con la cosecha de algo o con la recolección de no sé qué (en fin, esos ciclos agrícolas de los que los villanos nada sabemos), pero que proporciona también a la tosca princesa de nuestras fiestas un atávico regusto a devoción mariana, a estampa de toda la vida.
Lo que resulta más divertido es que Marijaia, con su perfil sincrético, donde se juntan el imaginario virginal, el fetichismo precristiano, la celebración civil y, lisa y llanamente, el llamamiento a la juerga, cautiva a los naturales del paisito, a los inmigrantes que han venido a hacerse vascos y a los guiris que han venido a hacerse fotos. En fin, que la tosca princesa de pueblo que hemos inventado (o que inventó Mari Puri y que hemos adoptado) se ha convertido en uno de los grandes iconos de la cultura vizcaína.
Lo cual dice mucho en su favor, y quizás también en el nuestro: uno le tiene estima a la Virgen de Begoña (advocación que promociona, para honra suya, nuestro alcalde), pero acaso ya padece, en el plano laicista, una gran competidora. Habida cuenta lo mal que soplan los vientos en nuestro fútbol, yo no le haría ascos a ceder a Marijaia, en el martirologio, el lugar de San Mamés.
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