¡Música maestro!
Eso, más música maestro, que no falte, no vaya a ser que nos quedemos cortos. Aunque no hay miedo, porque entre la música sinfónica o así de la Quincena Musical, las charangas, bandas, combos, orquestas y conciertos de diferentes rocks y pops se alcanza una media de 15 eventos musicales diarios. A los que hay que sumar la banda sonora de las atracciones de las ferias (y sus sirenas de arranque y parada), las notas de los espontáneos que se instalan entre espacio sonoro y espacio sonoro y que van del cantautor comprometido -generalmente un madurito- y el euskaldún -un lacrimoso- a los indios con sus flautas y sus cóndores de los Andes. Más los viciosos de los iPods y MP3, empeñados en deambular con su música dentro de la música que a veces no sólo llega a su cerebro, sino que se derrama por los alrededores ziriqueando al peatón, y quienes desfilan con su coche convertido en un vallenato que atruena la calle con la percusión machacona típica de los coches convertidos en discotecas ambulantes.
Silencio lo que se dice silencio sólo hay en las zonas muertas, y son muy pocas en la ciudad en fiestas
A todo eso hay que añadir los txistularis, pero no los clásicos, sino los ertzainas, al menos en la denominación que utiliza una amiga mía no sé si para denotar que siempre están dando el cante o porque asisten a las movidas como si silbasen, vamos, sin hacer otra cosa que acompañar, que es lo que suelen hacer a veces los músicos, aunque no sean txistularis.
No me extraña que nuestro alcalde se enfadase y les pidiese que se mojasen y que se mojase Ibarretxe -"¡Ya vale, lehendakari!"- porque este, que es el director de toda la banda, no se implica jamás y prefiere tocar la gaita -o templar gaitas- a considerar que el orden público también es, sobre todo también es, su responsabilidad. Sólo cabe felicitar a Odón por un grito que es el de todos los donostiarras, menos de aquellos que se implican en las fiestas únicamente para quemar autobuses.
Mientras esperamos, pues, que los txistularis tomen nota y pasen de la partitura a bailar el zapateado en el culo de algunos podemos ir zambulléndonos en la música que queramos. Bueno, en toda no, porque estos días no hay música más difícil de encontrar que el silencio. Y que conste que opongo música a silencio y no ruido. Silencio lo que se dice silencio sólo hay en las zonas muertas, y son muy pocas en la ciudad en fiestas. Conozco una cerca del hotel María Cristina por la parte donde hubo un estanque con jardín y ahora no hay más que obras. Bueno, y una planta de estramonio que crece melancólica en el solar desierto. Poca planta es para donde hubo unos plátanos de altísimo porte y muchísima edad. Los talaron de la noche a la mañana en nombre del bien común, es decir, de unos cuantos conductores que ahora podrán meter sus coches cuando para el bien de todos sería mejor que se encontrasen con tantos atascos en el centro que desistieran de llegar a él en vehículos particulares (por no mencionar que ahora habrá plazas para que los que tengan un coche se comprenden dos, y los que tengan dos se compren el tercero, o sea).
El Ayuntamiento asegura que los repondrá, pero yo no sé si es muy sostenible andar sustituyendo árboles de 60 o 70 años por otras de edad parecida. Es como si en nombre de que puede ser sustituida vaciáramos de golpe los depósitos de agua de la ciudad para llenarlos de nuevo. Reconozco que esta del parking es otra copla y que, yendo en busca de silencio, me he topado con una chacona, por no decir chacota, pero así es esto de vivir urbanamente: unas veces estás de acuerdo con unas cosas y otras no. Pero que no decaiga; quien prefiera según qué música, que elija. Hasta muchos asistieron ayer al nada polémico recital del txintxo de Fermin Muguruza. La música de siempre, pero aquí no pasa nada, estamos de fiesta. ¡Que aprenda Bilbao!
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