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Reportaje:

La última copla del comandante Moreno

Hallados entre Galicia y Asturias los cadáveres de 11 milicianos republicanos que los falangistas fusilaron en el monte

"¿Dónde está el reloj de oro del comandante Moreno? / ¿dónde está la cazadora del comandante Moreno?". Durante décadas, una copla corrió de boca en boca por los bosques que separan Galicia de Asturias. La sangre derramada había desaparecido de la historia oficial, pero la memoria popular mantuvo el recuerdo del brutal ajuste de cuentas. Sobre todo para los que, en aquel octubre de 1937, vieron los cuerpos -probablemente unos 15- tendidos en el monte y fueron obligados a cavar la fosa común en la que se enterraron los miembros del Batallón Galicia, un grupo republicano que dirigía el comandante coruñés Moreno Torres.

A pesar de la copla y de las imágenes ensangrentadas que no han desaparecido de los recuerdos de algunos vecinos, nadie, hasta hace unos meses, había intentado localizar el paradero de los cadáveres. La fosa fue abierta al fin la pasada semana por iniciativa de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, no sin ciertos problemas, ya que una juez de Castropol (Asturias) llegó a amenazarles con prohibir la exhumación. Entre el pasado sábado y ayer, se recuperaron 11 cadáveres. Los trabajos se han abandonado, de momento, sin dar aún con el cuerpo del comandante Moreno.

"Éramos unos críos y nos obligaron a cavar la fosa con palos. Ni nos dieron herramientas"
"Después de ver los cuerpos, pasé cuatro días sin comer", recuerda Luis Río

El 20 de octubre de 1937, el Batallón Galicia n.º 219, formado para desterrar la idea de que la comunidad abrazaba las ideas fascistas, decidió regresar a casa desde el puerto leonés de San Isidro ante el avance imparable de las tropas nacionales. El comandante Moreno y su plana mayor, formada por unos catorce milicianos, emprendieron camino hacia A Coruña, donde esperaban poder utilizar los restos de la infraestructura de CNT para exiliarse. La noche les sorprendió al llegar al puerto de O Acebo. Algunos miembros ya se habían dispersado, pero un grupo de unos diez, entre los que estaba Moreno Torres, decidió hacer noche en un pajar. Los militares fueron vistos en una cantina y delatados a La Falange y a la Guardia Civil de la localidad lucense de A Fonsagrada. Los fusilaron en el monte el 29 o el 30 de octubre, pocos días antes de que otros cuatro o cinco jóvenes cayesen en las mismas manos.

Luis Río era entonces un niño y pudo ver los cuerpos acribillados, con tiros en la frente y desangrándose. "Pasé cuatro días sin comer", dice ahora mientras asiste a los trabajos de exhumación. A los hermanos Fernández Díaz, vecinos de A Fonsagrada, los obligaron a cavar la fosa. "Eran tiempos muy malos y nos mandaron ir a uno de cada casa", se justifican. Los días siguientes, mientras pastoreaban sus ovejas, miraban continuamente hacia el punto en el que habían visto caer una serie de cadáveres, arrojados desde un carro por una leve pendiente. Algunos cuerpos llegaron desnudos porque les había robado las ropas que, días después, lucían sin tapujos vecinos del pueblo. Los hermanos aseguran que no sienten especial emoción al seguir el desenterramiento, entre otras cosas, porque no conocían a las víctimas. Y se aventuran a señalar el punto exacto donde estaría el comandante Moreno, aunque se contradicen por momentos.

Aquel octubre regado de plomo, Armando Fernández era un niño de 13 años que contempló cómo los propios vecinos tenían que tirar del carro que transportaba los cuerpos sin vida. Él, junto a José y Braulio, otros dos niños de su misma aldea de Monteseiro, también fueron reclutados por los falangistas para cavar la fosa. "Éramos unos críos y ni siquiera nos dieron herramientas. Tuvimos que cavar con palos", señala. Antes les habían obligado a remolcar el carro de vacas que transportaba los cadáveres. Desde entonces, no ha pasado un día sin que recuerde esos cuerpos "desnudos, a la intemperie, mazados y acribillados". "Fuimos incapaces de mediar palabra entre nosotros", asegura Armando, quien comprendió entonces que la guerra "era algo más" que lo que su padre le contaba de Cuba y Filipinas. Mientras los reclutados estaban abriendo la sepultura, apareció el entonces alcalde de A Fonsagrada, Domingo Blanco, quien les pidió que trasladasen los cuerpos a alguno de los cementerios de la zona. Carolo, un falangista del pueblo, lo amenazó con "reventarlo para siempre". Armando no rechistó y siguió cavando.

La fosa ha sido localizada ahora por otros dos vecinos de A Fonsagrada, Plácido Álvarez y Óscar López. López llevaba tiempo buscando la ubicación del enterramiento y se apuró cuando supo que iban a ampliar la carretera que bordea el punto donde yacen los cadáveres. Se puso en contacto con testigos asturianos, y fue un agente forestal quien le dio una descripción exacta del lugar. El 11 de septiembre de 2006, decidió excavar superficialmente y encontró un par de huesos.

Nueve de los 11 cadáveres descubiertos no han sido reclamados por sus familiares, y muy pocos de los parientes se han desplazado hasta la zona. Uno de los que sí fue es el hijo del miliciano Maximino Martínez, quien asegura que no tiene "ansia de venganza". Cuando fusilaron a su padre, tenía tres meses. "Pero sigue siendo mi padre y quiero conocer qué ocurrió", declara. "Son explicaciones que buscas para ti mismo". La familia del comandante, que vive en México y no quiso venir por miedo a la emoción, aún tendrá que esperar.

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