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CONDENADA EN LA CIUDAD
Columna
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Quién se ha llevado mi sitio

Patricia Gosálvez

Los presos dibujan palotes en la pared de su celda para calcular el tiempo que les queda y para distraerse. Proponemos un ejercicio de cordura similar a quienes se han quedado sin vacaciones, atrapados en la ciudad. Una distraída cuenta atrás que sirve de paso para comprender mejor ese limbo que es agosto. Por ejemplo, ¿por qué demonios se sigue aparcando fatal?

Desde el sofá Klippan de siempre (año I después de IKEA), el Condenado en la ciudad ve la tele en un piso sin aire acondicionado en el centro de un agosto implacable. El telediario vuelve a escupir la misma no-noticia veraniega: la pelea por poner la sombrilla en primera línea de playa. Un señor en Benidorm clava la "lanza" en la arena como si fuese un bosquimano gordo y blanco. Explica a cámara: "¡Esto es la guerra!". El Condenado se pregunta: "¿Y a mí qué coño me importa?". Después de trabajar todo el día, ha perdido 45 minutos dando vueltas para aparcar el coche. Esto sí es la guerra, bosquimano.

PARTICIPE. Mañana, ¿dónde se está más fresquito en la ciudad? http://blogs.elpais.com/condenada_en_la_ciudad/

¿Cómo es posible que estén todos en Benidorm y aun así no haya sitio? ¿Sólo se van los que tienen garaje? ¿O puede estar relacionado con los huecos que ocupan los andamios? ¿Los contenedores? ¿El reciclaje? ¿El cabrón del 4 - 4 que aparca con la línea en medio? ¿Cuántos sitios son de verdad sitios?

El Condenado imprime (en el curro) un mapa de su barrio. Con una chincheta y un lápiz unidos entre sí por un trozo de celo (en las oficinas, como en las celdas, no hay cordones), traza un círculo con un diámetro, a escala, de 500 metros alrededor de su piso sin aire acondicionado. Veinte calles y una plaza. Durante días cuenta con palotes los espacios para aparcar. En una columna, los sitios en los que hay, o podría haber un coche; en la otra, los ocupados por otras cosas. La primera calle que mide se llama Leganitos; está en el centro de Madrid, pero podría existir en cualquier gran ciudad. El resultado es escalofriante. Cabrían 145 utilitarios, pero sólo se puede aparcar (con suerte, y pagando) en 81. Dos están reservados para incapacitados. Vale. ¿Pero y el resto del 43,3% de la calle que le está vetado? Parafraseando el libro aquel del queso y la autoayuda, el Condenado se pregunta: "¿Quién se ha llevado mis sitios?".

Palote a palote descubre que las obras se comen 24 sitios, 24, entre contenedores, andamios, sacos y vallas aleatorias que guardan el parking a los capataces. La comisaría de policía tiene reservados 20, aunque muchos de ellos están siempre vacíos. Seis se los quedan los hoteles para cuando llegan taxis, aunque éstos tienen aparte otros seis. En cinco no se aparca, se recicla... Así hasta que sólo quedan los que quedan. Y en todos hay coche.

En total, dentro del círculo dibujado, el 36% de los sitios están tomados. Cubos de basura, motos atravesadas, carga y descarga (con sus instrucciones absurdas, ¿el sábado por la mañana es o no es laborable?). El colmo: un reservado policial vacío y un zeta aparcado en un sitio para civiles; un parquímetro en medio de un hueco, 17 espacios en batería que se han repartido entre 12 brutos insolidarios, un coche abandonado desde hace meses y un gorrilla que te pide limosna. El Condenado les llama, por insultar. Se queda con las ganas; resulta que, encima, el Consistorio cobra a los constructores por aparcar el container. Siempre ganan los mismos.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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