La guerra sube al norte
La guerra de Irak parece mudarse hacia el norte. El terrible atentado del martes cerca de Mosul es, paradójicamente, la consecuencia de los últimos éxitos norteamericanos en la lucha contra la insurgencia. La llegada del general David Petraeus, experto en contrainsurgencia y desde enero jefe de las fuerzas de EE UU en Irak, ha permitido un cambio de tendencia, muy pequeño, tal vez insuficiente, pero cambio al fin.
La diferencia principal es que Petraeus es el primer alto cargo estadounidense en Irak que ha optado por no creerse su propia propaganda, y ha comenzado a trabajar con la realidad. Ha mezclado medidas clásicas (operaciones militares en la capital y en provincias aledañas) con otras de enorme audacia que le han granjeado algunas críticas en Washington.
Nada más llegar al cargo, Petraeus puso en marcha, ayudado por el envío de 18.000 soldados de refuerzo, 12.000 para la capital, un operativo que ha permitido sellar Bagdad, dificultar los atentados suicidas y reducir las acciones de los escuadrones de la muerte, tanto chiíes como suníes. También le ha ayudado el hecho de que ambas facciones han concluido prácticamente la limpieza étnica emprendida en febrero de 2006 y que ha costado la vida a miles de civiles creando barrios confesionales puros en la capital.
La audacia del general norteamericano se ha basado en admitir que existen dos tipos de insurgencia: una nacionalista (compuesta por un variopinto crisol de grupos laicos e islamistas) y la extranjera, alimentada por Al Qaeda, y actuar en consecuencia.
Petraeus ha trabajado con el objetivo de dividir y enfrentar a estas dos corrientes. Los brutales atentados suicidas contra la población civil, que introdujo en Irak el jordano Abu Musab al Zarqaui en agosto de 2003, ha terminado por abrir una brecha entre dos concepciones de resistencia. Una, con unos fines políticos nacionales definidos: expulsar a los norteamericanos, y otra con unos intereses globales marcados por Al Qaeda.
Petraeus ha logrado el apoyo de jefes tribales representativos de la provincia de An Anbar (donde la insurgencia era, y es, muy activa) y ha suministrado armas a los grupos insurgentes nacionalistas que han aceptado la doble condición de no atentar contra estadounidenses y de luchar contra los extranjeros.
No se sabe si esta arriesgadísima estrategia está funcionando. Hay noticias aisladas de enfrentamientos entre las dos insurgencias en Baquba, 60 kilómetros al norte de Bagdad, en algunos barrios de la capital, y en la problemática provincia de An Anbar, pero no existen datos concretos significativos, al menos datos públicos, que permitan sacar conclusiones. Una de ellas es negativa, que la presión militar sobre la insurgencia (la que pacta y la que no pacta) está empujando la violencia hacia las zonas menos pobladas y menos protegidas del país.
Mientras, sigue el goteo de soldados estadounidenses muertos (10 en las últimas 48 horas), aunque es cierto que ahora salen más de sus bases y se exponen en operaciones militares. Esta semana ha comenzado una nueva en la provincia de Diyala. Otro problema es el bando chií. Los sectores pragmático (Gobierno) y radical (Múqtada al Sáder) patrocinados por pragmáticos y ortodoxos de Irán, parecen dirigirse hacia el enfrentamiento. Lo peor aún está llegar.
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