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Tribuna:DEBATE SOBRE LA CARTA DE IMAZ
Tribuna
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Un paso adelante

Afirma el autor que el presidente del PNV abre un proceso de introspección estratégica en el mundo nacionalista de hondísimo calado.

El artículo de Josu Jon Imaz del pasado 15 de Julio introduce cuestiones esperanzadoras pero resulta aún más significativo el uso de un lenguaje sencillo, algo que contrasta con la alambicada retórica que el discurso nacionalista suele utilizar.

En efecto, con ser malísimo, no es lo peor que aquí nadie hable de política. Lo peor es que lo poco que se habla está lleno de trampas semánticas y códigos incomprensibles. Conceptos tabúes que no se pueden nombrar junto a otros cuya invocación ritual parece obligatoria y cuya enorme polisemia permite al hablante satisfacer las pretensiones de cualquier auditorio y conjurar de antemano las críticas con la sola invocación de un sentido alternativo de las palabras, como el sombrerero loco de Alicia... "identidad", "decisión", "diálogo", etc.

¿Quién respeta y quién desprecia la pluralidad de la sociedad vasca? ¿Quién amenaza a la voluntad democrática?
Imaz abandona el terreno de los eufemismos farisaicos para exponer con claridad su estrategia

Imaz parece haber abandonado el terreno de los eufemismos farisaicos para exponer con claridad la estrategia política que guía sus pasos. Es de agradecer, sin embargo, tal vez como edulcorante necesario para hacer tragar sus tesis a alguno de los suyos, desliza en la segunda parte de su artículo expresiones del tipo de "sensibilidades" (para referirse a opiniones políticas, como si no fuese del todo correcto pensar radicalmente de otro modo)..."consenso integrador"..."camino de integración"...y, sobre todo, "normalización política", palabreja que debería ser desterrada del discurso político mientras no se aclare su exacto significado.

En los distintos estados europeos lo normal es la coexistencia de uno (o varios) conflictos territoriales junto con el clásico conflicto social como cleavages políticos fundamentales, acompañados además de otros emergentes o sectoriales, desde la inmigración hasta la caza del zorro. La existencia de conflictos no solo no vuelve "anormal" a una sociedad política sino que constituye su esencia.

La sociedad organizada es un ecosistema en el que conviven muchos sistemas sociales a todos los niveles. Las personas se "identifican", se sienten pertenecientes a muy diversas categorías y grupos, voluntaria o involuntariamente, racional o emocionalmente, de un modo más o menos intenso y por descontado, con infinitas variantes de organización de dicha pertenencia.

Cada grupo constituye un sistema del que todos los demás representan su entorno y con ese entorno se relaciona. Influimos y somos influidos de mil distintas formas. Que esas relaciones sean conflictivas no representa una patología en absoluto. Lo patológico podrá ser, en su caso, la forma de gestionarlas. Es la naturaleza (política) de la sociedad humana. Nunca los recursos (económicos, sociales, jurídicos, culturales, etc.) serán suficientes para satisfacer en su totalidad las aspiraciones de cada uno de los sujetos individuales y colectivos presentes. De esta insuficiencia objetiva, natural e inevitable nace el conflicto y por lo tanto, éstas mismas son sus características: objetivo, normal e inevitable.

Que en este sistema político concreto que llamamos Euskadi (y que no flota aislado en el universo sino que forma parte, a su vez, de otros de mayor dimensión, comenzando por España, e incluye a otros menores: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, etc.) existe un conflicto político en relación al grado de autogobierno que unos y otros consideran óptimo es algo evidente pero que no convierte a la sociedad vasca ni a su arquitectura institucional en una anormalidad necesitada de "solución".

Semejante tesis solo podría sostenerse a partir de una premisa: Que el actual marco político se hallara viciado de origen por ser fruto de algún tipo de imposición y carecer, por tanto, de la necesaria legitimación democrática.

El PNV ha coqueteado durante muchos años con esta idea. Ha sostenido siempre (aunque por razones tácticas) la falta de legitimación democrática de la Constitución Española de 1978 y desde hace unos años ha extendido esta consideración al Estatuto de Autonomía de 1980 adjudicándole la categoría de "Carta Otorgada", aún a ciencia y conciencia de que se trata de un Estatuto redactado desde Euskadi, aprobado en Euskadi, además de en Madrid, y ratificado abrumadoramente por el electorado vasco bajo el impulso político del propio PNV.

El artículo de Josu Jon Imaz del pasado 15 de julio, si bien de una manera un tanto oblicua, viene a rechazar esta tesis deslegitimadora cuando propone como piedra angular de su agenda política "un pacto entre vascos para alcanzar mayorías en Euskadi superiores a las que obtuvo el Estatuto de Gernika".

Si se tratara, como la praxis política del PNV ha considerado, de un Estatuto insuficientemente democrático que no representase la genuina voluntad de los vascos, la apelación a una "mayoría superior" no tendría sentido alguno. Si la voz del Pueblo Vasco pendiera aún de ser expresada, no existiría mayoría alguna con la que fuese necesario contrastar una hipotética mayoría futura.

Si el dirigente nacionalista aspira (con toda legitimidad) a alcanzar mayorías superiores a la que sustenta el actual Estatuto es, lisa y llanamente, porque éste (y con él todo el entramado institucional de la Comunidad Autónoma del País Vasco) ostenta la plena legitimación de la voluntad mayoritaria del Pueblo Vasco expresada democráticamente en las urnas el día 25 de Octubre de 1979 y por lo tanto Euskadi es una comunidad política perfectamente "normal" cuyo futuro podrá regirse por el modelo actual o por otro distinto siempre que se cumplan los tres principios que el propio Imaz proclama: "el respeto a la voluntad democrática de los vascos, el respeto a la pluralidad política de la sociedad vasca y el principio de legalidad en base al marco jurídico vigente".

La cuestión se ciñe, entonces, a delimitar las oportunidades y amenazas para el ejercicio del juego político en Euskadi en torno a dichos principios. ¿Quién respeta y quién desprecia la pluralidad de la sociedad vasca? ¿Quién pone cortapisas o amenazas a la voluntad democrática de los ciudadanos vascos? ¿Quién incumple la legalidad?

El documento de Josu Jon Imaz abre un proceso de introspección estratégica en el mundo nacionalista de hondísimo calado. Agradecer a su autor el paso dado es justo pero insuficiente. Es un primer paso valioso y valiente pero quedan aún muchos otros por recorrer.

El nacionalismo vasco, desde el extremo representado por ETA hasta el PNV institucional, tienen mucho que ver, cada uno en su medida, con la falta de respeto a la pluralidad de la sociedad vasca (olímpicamente obviada en la representación unilateral y etnicista de Euskadi que emana de las instituciones) con las agresiones contra la voluntad democrática de los vascos (amenazada por ETA y sus secuaces) y contra el marco jurídico vigente, del que las administraciones han hecho con tanta frecuencia mangas y capirotes y contra el que se construyó el todavía oficialmente vigente plan Ibarretxe.

El PNV tiene, pues, ante sí una disyuntiva histórica: Perseverar en este proceso de introspección analítica y reelaboración estratégica si es que quiere verdaderamente la "construcción nacional" de una Euskadi plural, democrática e incluyente o puede seguir abonando el mesianismo irredentista de un "Pueblo en marcha" mediante una estrategia de acumulación de fuerzas nacionalistas, comenzando por ETA, para la construcción de una Euskadi nacionalista . Es decir, puede seguir en Lizarra.

Rafael Iturriaga Nieva es consejero del Tribunal Vasco de Cuentas Públicas.

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