Pánico
El pánico se adueñó de los mercados financieros mundiales el jueves. Tras varias semanas de incertidumbre y alta volatilidad debido a la explosión de la burbuja crediticia, la inseguridad y la desconfianza se han adueñado de los mercados. La liquidez desapareció de los mercados interbancarios en la mañana del jueves y forzó al alza los tipos de interes, y el BCE tuvo que intervenir de manera extraordinaria para inyectar dinero. Más tarde, la Reserva Federal, el Banco de Canadá, el Banco de Japón..., todos, aportaron liquidez a los mercados para intentar restablecer la confianza, y lo mismo se repitió el viernes, con la FED inyectando liquidez tres veces. Esto no pudo evitar que las Bolsas cerraran con fuertes pérdidas y que los mercados revisaran a la baja las expectativas de aumentos futuros de tipos de interés. En otras palabras, la crisis de liquidez está empezando a afectar a las perspectivas económicas.
Todo ello apenas unos días después de que el BCE preanunciara un aumento de tipos en septiembre -al convocar una conferencia de prensa extraordinaria tras su reunión de agosto- y la Reserva Federal mantuviera el sesgo inflacionista. ¿Qué está sucediendo?
Nos encontramos ante una situación clásica de crisis de confianza en los mercados financieros. No olvidemos que los sistemas fiduciarios se basan exclusivamente en la confianza. Depositamos nuestro dinero en instituciones que a su vez lo invierten, con la esperanza de que si lo necesitamos lo podremos recuperar, pero con el problema de que si todos lo quieren recuperar a la vez es imposible. En el pasado, estas crisis afectaban sobre todo a los bancos: por la razón que fuera, los depositantes perdían la confianza en un banco o en el sistema bancario y acudían en masa a retirar sus depósitos, lo cual provocaba un deterioro del balance del banco y podía derivar, si no se controlaba a tiempo, en su quiebra. Actualmente, las crisis de confianza afectan sobre todo a los mercados. Los agentes económicos aumentan su aversión al riesgo y deciden liquidar sus carteras. Esto provoca una caída de precios que fuerza sucesivas liquidaciones y que puede derivar en una espiral bajista de precios. Cuando esto sucede, las entidades financieras sufren mermas en sus balances, y encuentran crecientes dificultades para financiarse en los mercados interbancarios. Ante esta perspectiva, los bancos deciden acumular más efectivo por si acaso, y la escasez de fondos se hace todavía más acuciante.
Como apuntábamos en esta columna hace unos días, estamos presenciando el impacto retardado de la explosión de la burbuja inmobiliaria y crediticia. A medida que las pérdidas van apareciendo, los bancos y fondos de inversión tienen que reconocer las perdidas. Esto, en sí, no es un problema, los periodos de vacas gordas siempre van seguidos de periodos de vacas flacas. Pero su impacto sobre la economía puede ser importante si el proceso no acontece de manera gradual. Una situación de pánico como la actual puede degenerar en un proceso de restricciones crediticias, donde la desconfianza es tal que los bancos deciden reducir mucho sus préstamos, y sólo los acreedores de mayor solvencia tendrán acceso al crédito. Llevado al extremo, este mecanismo puede evolucionar en una espiral deflacionista al combinar una fuerte caída de la actividad económica con una economía muy apalancada.
La burbuja inmobiliaria explotó en Estados Unidos, pero la burbuja crediticia es global. La experiencia del año 2000 en este sentido es importante: la burbuja del Nasdaq explotó en Estados Unidos, pero la crisis de confianza y la consiguiente reducción de la inversión fue un fenómeno global. Claramente, los bancos e instituciones financieras europeos han participado en la burbuja crediticia y están ahora sufriendo las consecuencias. Es todavía muy pronto para extraer conclusiones acerca del impacto de estos eventos sobre el crecimiento y la actividad económica futuros. Por ahora, la clave es que los bancos centrales manejen la situación con nervio pero sin nervios. Las inyecciones de liquidez, hasta ahora, no han conseguido calmar las bolsas y los mercados anticipan bajadas de tipos inminentes en Estados Unidos y han reducido las expectativas de subidas de tipos en Europa. Los bancos centrales se enfrentan a la difícil tarea de estabilizar el sistema sin generar "riesgo moral", es decir, evitar rescatar a los inversores que arriesgaron demasiado o tomaron decisiones equivocadas. Ahí radica el arte de ser banquero central.
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