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Crónica:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | SHEREZADE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una hora antes del alba

Sherezade, la hija mayor del Gran Visir, no sólo era bellísima, sino también muy inteligente. Había leído centenares de libros, en varios idiomas, y poseía una memoria prodigiosa. Tenaz autodidacta, había estudiado filosofía, medicina, historia y bellas artes, y hasta componía versos mucho mejores que los más ilustres poetas de su época. A pesar de su educación liberal, no hay dudas de que fue una buena musulmana, que rezaba a las horas debidas y mantenía una estricta higiene corporal, sin que eso le impidiera ser tan dueña de su destino como puede serlo cualquier individuo lúcido y firme de carácter. Contra la voluntad de su padre, quien la adoraba, esta mujer extraordinaria eligió casarse con el sultán Schariar, uno de los misóginos más radicales de todos los tiempos.

Ya adulta, empecé a preguntarme por qué Sherezade, en vez de complicarse tanto la existencia, no mataba a Schariar y listo

Emperrado en el dislate de que las mujeres somos adúlteras por naturaleza y decidido a evitarse los cuernos al precio que fuera, el sultán practicaba el uxoricidio a escala masiva, superando con creces en dicha faena a Enrique VIII de Inglaterra y al mismísimo Barba Azul. Ninguna de sus esposas duraba más de veinticuatro horas. Eran, literalmente, reinas por un día. Al contraer matrimonio con la hija mayor de su Gran Visir, ya Schariar había asesinado a miles de mujeres y no mostraba ninguna intención de abandonar esa mala maña.

La intrépida Sherezade se casó con semejante maniaco justo para impedirle que siguiera haciendo de las suyas. Con tal propósito ideó y puso en práctica un artilugio que la haría mundialmente famosa. Cada noche, una hora antes del alba, frente a un auditorio compuesto por su hermana y Schariar, comenzaba a relatar un cuento. Al amanecer interrumpía su narración, con la promesa de reanudarla a la noche siguiente... si su marido la dejaba vivir hasta entonces. El sultán, con tal de no perderse el final de la historia, le concedía un día más de vida. A la noche siguiente, Sherezade terminaba su relato e iniciaba otro, igual de interesante, que a su vez quedaría inconcluso hasta la próxima jornada. Schariar, siempre curioso, aplazaba de nuevo la ejecución de la narradora, y así. El procedimiento se repite, sin fallar jamás, durante mil y una noches. Hasta que Sherezade, ya con tres hijitos y sin más historias en el magín, pide clemencia y el sultán la perdona definitivamente, se quedan juntos y felices por muchos años, etcétera.

Recuerdo que, de niña, todo eso me parecía de lo más normal. Ya adulta, empecé a preguntarme por qué Sherezade, en vez de complicarse tanto la existencia, no mataba a Schariar y listo. Con sus conocimientos de medicina, bien hubiera podido envenenarlo sin despertar sospechas. Quizá esto suene un poco drástico, pero en mi opinión debe resultar incomodísimo convivir con un psicópata que nada más piensa en estrangularla a una. ¡Qué va! Mejor liquidar el negocio. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Según el cronista de los sasánidas, el corazón de Sherezade sólo albergaba los sentimientos más nobles y generosos. Pero eso no la convierte en Mahatma Gandhi. Si prestamos atención a su fábula del rey leproso y el médico Dubán, anatomía de un tiranicidio, advertimos que, a juicio de la narradora, la violencia no siempre es condenable. Dubán, el tiranicida, cuenta con la simpatía explícita de Sherezade. Para ella, quien despacha a un dictador sanguinario, lejos de cometer un crimen, le hace un bien a la sociedad. (Me habría encantado ver, aunque fuera por un huequito, la cara de Schariar mientras oía esa fábula, je, je).

¿Por qué no siguió Sherezade el ejemplo de Dubán? Tal vez porque le gustaba su marido. No digo que lo amara, pues el amor implica algo de admiración y a Schariar no lo admiraba nadie en toda Persia y sus alrededores. Pero quizá era un hombre bello, tal como suele aparecer en las versiones cinematográficas de Las 1001 Noches, y quién quita que fuese, además, un buen amante. En cualquier caso, no nos queda sino aprobar la decisión de Sherezade. Porque gracias a ella tuvimos noticias de Aladino, Alí Babá, Simbad y otros personajes inolvidables que estimulan nuestra imaginación hasta el sol de hoy.

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