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Reportaje:

Una habitación vacía para la eternidad

Una veintena de niños permanecen desaparecidos en España, sus familias llevan años buscándoles

María R. Sahuquillo

Angustias lleva 20 años sentada a la puerta de su casa. Dos décadas esperando a una hija que no vuelve. El 17 de junio de 1986, desapareció sin dejar rastro. Tenía 13 años y 400 pesetas en el bolsillo. "Era domingo, habíamos estado comiendo en un huerto que teníamos. Angustitas había quedado con mis sobrinas para ir a bailar. Nunca llegó", cuenta Angustias Fernández. Tiene 77 años y, aunque es una mujer activa, la amargura se refleja en su rostro. Desde que su hija desapareció apenas sale de su casa, "por si vuelve".

Angustias no puede dormir. Todas las noches da vueltas y más vueltas en la cama, se levanta y se da un paseo por su casa del barrio del Carmel en Barcelona. Se pregunta qué fue de su hija, qué le sucedió y si algún día volverá. Como la suya, decenas de familias se plantean los mismos interrogantes. Son los padres, hermanos, abuelos de niños desaparecidos.

El 60% de las alrededor de 15.000 denuncias por desapariciones de personas que la Policía tramita cada año -14.613 en 2006- son de menores de edad. Muchos aparecen al cabo de días o meses, afortunadamente vivos. Otros, como Fernanda Fabiola, la niña que desapareció en Tenerife hace más de una semana, no tuvieron tanta suerte. Con el hallazgo de su cadáver el jueves se dio por terminada una búsqueda que había movilizado a más de 300 personas. De los 9.900 casos que permanecen abiertos, muchos son de personas mayores que deciden no volver o de los que que regresan, pero no se retiran las denuncias. Pero algunos casos, como el de la hija de Angustias, llevan abiertos 20 años.

"Recuerdo la última vez que la vi como si fuera ayer. Le dije: 'Angustitas, ven a las nueve' y ella me contestó: 'A las nueve y media, mamá'. Y no volvió", narra Angustias. "Yo la reconocería en cualquier sitio por los ojos. Tiene los ojos achinados", dice. Desde la fotografía, que ocupa un lugar de honor en la estantería del salón de su casa, una Angustitas de 13 años observa con un esbozo de sonrisa. "Yo creo que está viva, y hasta que no aparezca la voy a seguir esperando", dice su madre. Ya no quiere pensar qué le ha podido pasar. Se ha planteado miles de opciones. Las ha descartado todas.

Se llaman Angustias Roldán, Gloria Martínez, que desapareció en 1992 de un psiquiátrico de Alicante; David Guerrero, el niño pintor de Málaga, que se esfumó cuando se dirigía a una galería de arte en la que se iba a exponer un cuadro suyo. Josué Monge, de 14 años, fue visto por última vez cerca de su casa en Dos Hermanas (Sevilla). Había salido para ir a ver a un amigo y no regresó. Lo mismo que María Teresa Fernández, que quería ser profesora de francés y desapareció en Motril en 2000, o Isidro y Dolores Pires Orrit, dos hermanos de 5 y 17 años que desaparecieron en 1988 de un hospital catalán. Sus casos están calificados por la policía como de "riesgo". Como ellos hay una veintena de niños que se han esfumado sin dejar rastro y cuyas historias y fotos se recogen en la web http://es.missingkids.com.

Sin embargo, fuentes policiales aseguran que estos casos son pocos. "La mayoría de las desapariciones son de menores inmigrantes que se escapan de los centros. También son cada vez más comunes los secuestros parentales, es decir, cuando un progenitor se lleva al niño sin el consentimiento del otro", explican. Otra opción es la huida voluntaria.

Son familias incompletas. Personas que viven un drama y una incertidumbre constante. "Es una situación extremadamente mortificante. La desaparición de un ser querido es incluso peor que la muerte, porque en el caso de un fallecimiento hay un conocimiento definitivo y eso permite elaborar el duelo", dice Valentín Martínez Otero, psicólogo.

Es la pesadilla que vive la familia de Yeremi Vargas desde el 10 de marzo, el día que el niño, de siete años, desapareció. Jugaba junto a sus primos en el jardín de casa de su abuela, en Gran Canaria. Todos los chiquillos entraron para ir a comer, menos él. Cuando salieron a buscarle, ya no estaba. ¿Alguien le secuestró? ¿Se alejó de la casa y cayó a un pozo? "No cesamos de hacernos preguntas. Es un sinvivir. Estamos hundidos", cuenta Milagros Suárez, tía del niño. "Todos estamos mal, hasta los niños, pero mi hermana está destrozada, la hemos mandado a trabajar, le buscamos cosas que hacer para mantenerla todo el día ocupada", dice Milagros.

Pasan los meses y nada se sabe de Yeremi, la segunda desaparición de un menor -junto a la de Sara Morales, de 14 años- en Gran Canaria en menos de un año y un suceso que conmocionó a toda la isla. El cartel con su fotografía sigue en los comercios, los autobuses y muchas casas. "Cada vez que suena el móvil se nos pone el alma en un puño, vemos a la policía cerca de casa y pensamos '¡Le han encontrado!'. Vamos al supermercado y vemos su retrato... Aunque intentemos hacer vida normal, es imposible", dice Milagros.

"Tanto si son menores como si no, llega un momento en que la policía deja de buscar", sostiene Juan Bergua, presidente de Inter SOS, una asociación que agrupa a familiares de desaparecidos. Reclaman más ayudas. "Se necesita más coordinación entre las distintas policías y más apoyo por parte de las autoridades". La policía, sin embargo, contradice la visión de Bergua: "Todas las investigaciones siguen en activo hasta que se encuentra a la persona. Viva o muerta. Los casos nunca se cierran".

La hija de Juan, Cristina, desapareció en Cornellá de Llobregat hace diez años. Tenía 16. Desde entonces, sus padres no dejan de buscarla. "Era domingo. Había quedado con unas amigas. Debía volver a las diez de la noche y no lo hizo", suspira Juan. Este metalúrgico de 60 años dejó de trabajar cuatro meses para buscar a su hija. Su hermano Germán, que iba a casarse ese año, suspendió la boda. "Recorrimos España pegando carteles con su foto. Y hasta hoy. No hemos descansado ni un solo día. Queremos saber, para bien o para mal. La incertidumbre es horrible", dice su padre con voz ronca. Ahora la alegría de Juan y de su mujer, Luisa, son sus nietas. Su casa permanece igual que cuando Cristina desapareció. "No hemos tocado nada. Sus cosas están ahí, esperándola".

Vivir sin Sara

Hay casas con una habitación que espera. La de Sara Morales, de 14 años, lleva un año vacía. Desapareció en julio de 2006 en Las Palmas. "Había quedado con un amigo al que conoció por Internet. Iban a ir al cine a un centro comercial cerca de casa, no sabemos si llegó", cuenta Nieves Hernández, su madre. La voz se le entrecorta cuando explica que su hija es -"no era, es"- una niña muy alegre y tranquila. "Yo la sigo llamando al móvil pero nada, está apagado. En algún sitio tiene que estar, y mientras no aparezca su cadáver, lo seguiré pensando", dice.

El misterio sobre qué le ha ocurrido sigue siendo tan intenso como el día que desapareció. "Yo creo que alguien que sabía dónde iba a estar se la ha llevado", dice Nieves suspirando. La policía dijo a la familia que no era la primera vez que Sara quedaba con chicos a los que había conocido por Internet. "Es demasiado confiada y por lo visto se había llevado más de un disgusto", se lamenta su madre. "Éste es el peor año de mi vida. Una agonía constante. Intentamos aprender a vivir sin Sara, tengo otra hija y se lo debo, pero es difícil. Al menos nos gustaría saber qué pasó", dice.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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