El arte de las maneras sencillas
María Tena Anagrama. Barcelona, 2007 180 páginas. 15 euros
Cuando se abrió la ventana la lluvia fina trajo el olor del norte y en ese momento estaba la ciudad y un hotel y un hombre maduro, pero también se veía caminar en un tiempo pretérito a un niño junto a su madre por las calles empedradas de un pueblo con mar. Y en las páginas siguientes siguió simultaneándose el presente y el pasado, de tal modo que el protagonista es un arquitecto reconocido con ese don para ver la belleza en el relieve de un tejado, pero también es el niño que fue: escarbando en la arena, las uñas rotas y vendiendo almejas al amanecer. Y el ayer y el hoy se van intercalando sin notarse la sutura entre los dos tiempos de lo bien ensamblado que está el texto de esta narración. Así que la lectora pensó: aquí esta otra vez María Tena, con ese arte para las maneras sencillas. Tan preciso e intenso el texto y al mismo tiempo con esa cualidad para el tono transparente, sosegado e inteligente con el que va construyendo una novela otra vez especial, como aquélla de hace cuatro años que tituló Tenemos que vernos. En aquella primera, la protagonista aprendía, iba aprendiendo, a dejar de ser "nosotros", a asumir las pérdidas. En ésta sucede a la inversa: el protagonista busca incansablemente un nosotros que se instituyó en la adolescencia cuando no hay límite para las fantasías con finales felices.
María Tena (Madrid, 1953), abre el libro con una frase de Antonio Porchia: "Si me olvidase de lo que no he sido, me olvidaría de mí", y en ella hay toda una declaración de principios porque Todavía tú existe para dar cabida a aquello que pudo suceder. Así pues, deambulo entre un aséptico congreso de arquitectos atemperado por la melancolía del protagonista y el mar recordado, esa playa del Cantábrico con mareas y rocas que pisan sandalias adolescentes. La luz y la sal que marcan la vida. Todavía tú es una historia de amor clausurado que se convierte en eterno y cada pequeña acción es un destello que va construyendo la historia, alumbrándola. Así la memoria se irá haciendo del mismo modo que el protagonista piensa los edificios: "Abro huecos grandes que dejen pasar el aire, la luz la silueta de los árboles". Y ahí están otra vez los sueños, los atardeceres del verano, el nombre de una niña llamada Inés y las bicicletas. ¡Ah!, ese sonido imperecedero de las ruedas de bicicleta.
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