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Columna
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¡Viaje, Karamba!

Viajar ilustra, lo digo en atención de los perezosos que no saben pasar el verano si no es en su casa. Hombre, los pobres también lo pasan, pero en su caso no les cabe elección como no sea esa otra clase de sombra que se gana delinquiendo. Total, que andaba por Madrid y en un periódico de esos gratis total vi un anuncio extraordinario, el profesor Karamba publicitaba su gabinete de videncia garantizando que solucionaría todos los problemas (dinero, amor, trabajo, suerte, mal de ojo, etc.) por difíciles que fueran, al par que se comprometía a obtener resultados completos en una semana. Y entonces me dije -los viajes además de ilustrar abren la mente-: si cambio el plazo de una semana por el cuatro años y meto alguna cosilla digamos política en el etc. indeterminado del profesor Karamba, me encuentro con el profesor Cáspita, quiero decir con nuestro lehendakari Ibarretxe, que se ha comprometido a solucionar nada menos que el contencioso vasco en cuatro años. Bueno, y si no le toca a él hacerlo -pero ve que sí en los posos de un vaso de sidra-, le toque a quien le toque, lo conseguirá. En cuatro años. Eso, un logro de calado.

De modo que, ni corto ni perezoso, me dirigí al gabinete del doctor Caligari, quiero decir Karamba, y tras desembolsar una suma equivalente a la que se llevó Bravo de las arcas de la Hacienda Foral de Gipuzkoa, el bueno de Karamba me aseguró que sí, que había tenido como discípulo al lehendakari y que, por consiguiente, todo cuanto estaba prometiendo se cumpliría. Es más, para que no me quedara ninguna duda vertió sidra en un vaso y me mostró unos posos donde pude ver la descomposición del Contencioso, aunque para mí el rostro de Ibarretxe que se alzaba sobre ellos -"Obsérvalo, jefe", me decía el profesor Karamba, "es clavadito"- no era más que una pepita de manzana. Pero, en fin, ¿quién era yo para poner en duda las palabras de semejantes monstruos?

Lo que no me gustó nada es que, después de cobrarme semejante pastón, el profesor Karamba no me advirtiera, de propina, que Iñaki Anasagasti iba a desmelenarse, no sé si se me entiende la metáfora, poniendo a caldo de perejil a la Corona. ¡Con la de tantos que me habría anotado desvelando que el bueno de Iñaki se disponía a llamar impresentables y pandilla de vagos a nuestros monarcas y sus descendencias! Así que telefoneé a Karamba -a estas alturas ya se me había acabado el viaje, un viaje ilustrador e ilustrativo, insisto, como todos los viajes- y le dije que me había jugado una mala pasada y que ya no le iba a llamar Karamba sino Faena. Entonces me respondió que no quería perder más tiempo conmigo, porque ya me mostró un pelo de coronilla y me dijo que lo veía más bien pegado a la corona y que él no estaba para perder el tiempo con gente que se empeñaba en no ver lo evidente. Aparte de que ya me advirtió, mira por dónde, que veía un jueves relacionado con todo eso y que me tocaba a mí atar cabos y que lo sentía mucho si yo tenía cerrado el Ojo Mental.

La alternativa que me dio no me satisfizo mucho. ¿Cómo iba a ponerme en contacto con Ibarretxe para preguntarle si ratificaba las palabras de Anasagasti porque también él había visto en sus posos que, en efecto, la Familia Real no da un palo al agua llevando esa vida de políticos que llevan y que tanto se parece a la de nuestro lehendakari y de su secuaz el desmelenado? Con semejante aluvión de adrenalina yo ya no estaba para tonterías sobre quién y quién no debe ser criticable, y si el ecuánime de Anasagasti aceptaría que dijeran lo mismo de su madre o de alguno de sus padres políticos o si el también ecuánime Conde-Pumpido estaría dispuesto a medir por el mismo rasero a unos malditos y desgraciados dibujantes y a un político acreditado que mucho criticará a la Familia Real pero no se pierde una de sus recepciones, aunque sólo sea por los canapés que dan.

Porque lo peor de los viajes, ¡qué Karamba!, es regresar para encontrárselo todo igual, por no decir peor con las tres íes de nuestro líder: innovación, identidad e igualdad.

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