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Columna
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¿Relojes? ¡qué vergüenza!

Uno de los sainetes más entretenidos que se han representado recientemente en la política vizcaína ha sido el de los relojes de la Diputación foral. Con el cambio de gobierno, y en agradecimiento por los servicios prestados, el diputado general regaló a cada uno de los diputados salientes un reloj de pulsera. El Partido Popular denunció el hecho públicamente. Calificó el regalo como "tomadura de pelo a los vizcaínos" y sugirió al diputado general que pagase los relojes de su bolsillo.

Uno piensa que en el sector público los regalos de despedida son legítimos, aunque sin duda el importe de los mismos sí resulta discutible. Los diputados salientes habían trabajado para todos los habitantes del territorio, de modo que no parece impertinente un gesto de gratitud de corte personal. Pero el asunto de los relojes habrá despertado la indignación de muchos ciudadanos. "¿Relojes? ¡Qué vergüenza!", exclamarán cientos de personas, día tras día, al leer las extensas informaciones publicadas.

Pero ¿por qué un asunto tan insignificante ha podido llegar tan lejos? Porque para el político un ataque al adversario no comporta ningún coste. Ni hay coste mediático ni hay coste electoral. Aún más, para los sectores peor informados de la ciudadanía, denunciar el regalo de un reloj puede reportar al denunciante un sugerente halo de honradez e insobornabilidad. Lo que ocurre es que la defensa del dinero público se debe desarrollar en partidas mucho más relevantes y, desde el punto de vista electoral, más comprometidas. Sin embargo, algunos políticos se han acostumbrado a la agresión desmedida, hasta el punto de hacer el ridículo fiscalizando el regalo de un reloj.

Hablar del reloj que se regala a un político no sólo sale gratis, sino que a lo mejor resulta rentable, cosa que no ocurriría si uno denunciara con la misma rotundidad el saqueo del presupuesto público por parte de poderes fácticos, grupos de presión y colectivos interesados. Ojalá la postura crítica del Partido Popular hubiera venido guiada por un ánimo verdaderamente liberal de control del presupuesto público, pero no conviene hacerse ilusiones: poner coto a la avaricia de los grupos de presión sí tiene un coste político, de modo que las denuncias, en ese campo, o no se realizan o al menos no se airean de un modo tan ruidoso. Calificar de liberal al Partido Popular es una broma que, al menos en Euskadi, nadie practica. De haber sido coherente, el Partido Popular también debería denunciar el asalto a las arcas públicas que practican diversas clientelas sociales, sindicales, empresariales, profesionales, deportivas, etc., acaparando toda clase de partidas subvencionatorias. Pero detrás de esos generosos repartos, y al contrario que en el caso del regalo de un reloj, se esconden importantes colectivos, de modo que ningún partido desea aparecer como su directo adversario. En ese sentido, el escenario público y la demagogia reinante son absolutamente implacables.

Preocupados por los relojes de despedida, los políticos no tienen tiempo de contener otras partidas de gasto, lo cual sería muy útil, pero también muy impopular. Ni siquiera llevan su vigilancia a las partidas presupuestarias que les afectan más de cerca. Así, no había amainado la tormenta política de los tres relojes cuando el Partido Popular y el resto de partidos de la oposición decidieron ampliar el número de liberados, con dedicación exclusiva, en las Juntas Generales de Bizkaia. Ahora serán 22, nueve más que en el mandato anterior, sin que se hayan dado demasiadas explicaciones acerca de los motivos que justifican tal incremento, y ello a pesar de las muy restringidas competencias con que cuentan las asambleas forales.

De lo que no hay la más mínima duda es de quiénes van a pagar las nuevas remuneraciones: los mismos que han pagado los tres relojes. Admirable sentido del ahorro. Al menos nos queda el consuelo de saber que, gracias al Partido Popular, ni los diputados forales ni los junteros liberados recibirán un reloj al final de este mandato.

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