Akli D., mensajero bereber
Los bereberes no son árabes. Quede claro. Akli D. nació en Cabilia, "una región de poetas y escritores, con desierto, montañas y mar, que conserva su cultura", cuenta. Al nombre de bereber, ellos prefieren el de amazigh o imazighen, "que significa hombres libres".
Uno de los hijos más famosos de la tierra es Zidane. Y hay grandes músicos: Idir, el asesinado Matoub Lunès, Slimane Azem... "Somos huérfanos de la historia. Luchamos para que se reconozca nuestra identidad bereber, que es la propia del norte de África. Los árabes llegaron en el siglo VII con el islam y perdimos la guerra. Aunque hasta la independencia de Argelia en 1962 no hubo esa voluntad política de arabizar el país. Que somete al pueblo a través de la religión. Parece que si eres musulmán ya eres árabe y eso es rotundamente falso".
Akli D. abandonó Argelia cuando la llamada "primavera bereber", la revuelta de 1980 que dejó muertos, desaparecidos y encarcelados. "La policía vino a casa a buscar a mi padre y mi hermano, pero yo ya me había ido. Sigo luchando, mantengo el contacto con la gente de Cabilia y quiero volver un día". Aunque sus canciones no suenan en televisión, la gente las conoce. Hacen suyo el dolor ajeno y hablan de los huérfanos chechenos, los sin papeles, la condición femenina en Argelia...
Pudo regresar a su país hace tres años. "Hablé de algunas de estas cosas en el escenario. Y me dieron a entender que no sería bienvenido una segunda vez. Allí, mientras sólo cantes no pasa nada, pero hablar ya es otra cosa", asegura Akli D.
Llegó a París en el verano
de 1980. Tenía 18 años. Algo de dinero y unas cuantas direcciones de compatriotas. Cantaba en los pasillos del metro y en plazas. "Las grandes ciudades te permiten encontrarte con personas de todas partes, que te hacen soñar y disfrutar. Pero, con los ordenadores, el músico se ha convertido en hombre orquesta en su casa. Y creo que es en los encuentros que uno aprende, que surge la creatividad".
En el Babel, un bar del barrio de Ménilmontant, conoció a Manu Chao, que produce su disco Ma yela (La esperanza). "Lo hicimos sin saber si iba a publicarse. Me aportó su lado humano, su sencillez, su entrega. Y su trabajo. Trabaja mucho".
Antes solía tocar en el tren: "Me he tenido que comprar una guitarrita para niños porque ahora todo el mundo anda con el ordenador y el móvil y les molestas. Incluso hablar con alguien es complicado. La gente tiene la impresión de estar muy ocupada, pero están ocupados por su angustia. Recuerdo que en los años ochenta vivías mil historias en los trenes. Me gustaba viajar de noche y no dormías. Era una fiesta, una pequeña aventura. Y al volver a casa tenías un montón de números de teléfono en la agenda".

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