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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sarcasmo amarillo

Los Simpson presenta como virtud más llamativa el haber arrastrado hasta la superficie a la América profunda, esa pasmosa intrahistoria hecha de ignorancia desdeñosa, prejuicios, ingenuidad y cierto gusto por la barbarie que vive el macizo de la raza de Estados Unidos, según la perspectiva irónica de la intelectualidad neoyorquina o californiana. Si los avatares en dibujos animados de los Simpson se ajustan mínimamente a la realidad, y es de suponer que así sea, la sociedad estadounidense es como nos temíamos, y no como pensábamos, por decirlo en términos gratos a Vázquez Montalbán.

Pero la sociología crítica no lo es todo, sobre todo si se considera que los estadounidenses llevan más de una década desternillándose con la visión sarcástica de sus propias indigencias -que, no conviene engañarse, también pueden rastrearse en las sociedades europeas-, lo cual demuestra una elevada disposición a la autocrítica. Si la serie ha triunfado y probablemente también triunfará la película que acaba de estrenarse, se debe a que recrea de forma inteligente los arquetipos -el millonario desalmado, el policía torpe, las cuñadas urticantes, los profesores hastiados y los curas burocratizados- mediante diálogos ingeniosos que superan garbosamente el lugar común y peripecias ridículas y regocijantes.

Hay una ternura implícita en la trastienda del desvencijado matrimonio que forman Homer y Marge, en el gamberrismo compulsivo del retoño Bart, que es el germen de la gran mayoría americana y en la relamida superioridad de la empollona Lisa Simpson, imagen de la América que se siente fatalmente minoritaria. Esa ternura hace que el producto comercial Los Simpson reciba identificaciones entusiastas en casi todo el mundo; y que su éxito sea merecido.

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