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Reportaje:DVD

Algo me ha tocado el pie

Patricia Gosálvez

Es apenas un roce. Una caricia submarina que te deja chapoteando, buscando como loco al autor entre los reflejos del agua. Dura un segundo, pero te vuelca el corazón y hace que te recorra un escalofrío. Y siempre dices en alto: "¡Algo me ha tocado el pie!". Como si decirlo fuese a evitar el ataque de lo que acecha bajo la superficie.

Tiburón (Steven Spielberg, 1975) llevó al monstruo acuático a la gloria cinematográfica. La mística de la película incluye que el rodaje se alargase de 52 a 155 días porque Bruce, el animalito, bautizado así en honor al abogado de Spielberg, se rompía cada dos por tres. Los planos desde el punto de vista del escualo se tomaron para salir del paso mientras arreglaban al muñeco, pero marcaron escuela. El rodaje fue una cadena de desastres afortunados. Incluso cuando John Williams le enseñó a Spielberg la música que le había preparado, el director le dijo: "Muy gracioso, John, ahora dime que tenías de verdad en mente". Luego admitió que sin el repetitivo sonido de la tuba la película no sería ni la mitad de inquietante.

Tras la estela de Tiburón aparecieron secuelas que no le llegaban a la aleta, siendo la más sideral Tiburón 3D, en la que los brazos mutilados flotaban hacia el aterrorizado espectador. También otras películas intentaron salpicarse con el éxito del clásico, imitándolo hasta en lo de incluir el nombre del bicho en el título. En Orca, la ballena asesina (Michael Anderson, 1977) la ídem se vengaba de Richard Harris aniquilando a todos sus compañeros de reparto; en Piraña (Joe Dante, 1978), una veraniega urbanización lacustre es atacada por miles de peces hambrientos en una de las casi 400 producciones de Roger Corman, dios de la serie B que ya en los cincuenta había rodado El monstruo del suelo oceánico y Ataque de los cangrejos monstruosos.

Las pelis de monstruos marinos han seguido amargándonos el baño sin salirse del predecible guión del género: experimento fallido, ataque del monstruo y pesca final. Tenemos, por ejemplo, El misterio de las profundidades, de 1998, donde una especie de calamar gigante chupa con uno de sus tentáculos el agua corporal de sus víctimas; o la superpresupuestada Deep Blue Sea, de 1999, excepcionalmente hecha por Renny Harlin, el ex marido finés de Geena Davies (que la vistió de pirata para La isla de las cabezas cortadas). Deep Blue Sea da justo lo que promete, sustos e hileras de dientes, sin insultar la inteligencia del espectador.

La protagonizó Samuel L. Jackson un año después de aparecer en Sphere (Barry Levinson, 1998) que funciona como un reloj. Un equipo de científicos (el sensible psiquiatra, la guapa bioquímica, el huraño matemático, el ambicioso astrofísico...) baja al fondo del mar matarile para investigar un extraño artefacto extraterrestre. El filme es una especie de Solaris, menos profunda, pero más entretenida, que explora el concepto del miedo y contiene una angustiosa escena con medusas, nada recomendable para quienes estén veraneando en las playas del Mediterráneo. También es un homenaje a 20.000 leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1954), una joya de cinemascope en technicolor. Aquí el monstruo es el Nautilus del capitán Nemo (el intrigante James Manson), un submarino que todavía sigue inspirando decoraciones interiores.

El padre de todos los monstruos marinos, surcó los mares sin embargo, mucho antes que el de Spielberg, e incluso que Godzilla, a quien la bomba atómica pilló en el Pacífico. El diablo blanco de Melville, Moby Dick,

se hizo película en 1954 a manos de John Houston, a quien le encantaban los personajes obsesionados con una misión. Acab es "el" obcecado. Tanto que al final no sabes si pasarte al bando de los monstruos y apoyar a su némesis. Aunque pensándolo bien, todo cetáceo es familia del de Liberad a Willy, que no será monstruoso, pero es algo mucho más terrible: una mascota.

Un momento de <i>20.000 leguas de viaje submarino.</i>
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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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