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Columna
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No se entiende

No había duda de que los socialistas navarros lo iban a tener muy complicado para tomar cualquier decisión tras los resultados que obtuvieron en las pasadas elecciones. También es cierto que su situación tampoco hubiera sido cómoda con unos resultados mejores, salvo en el caso de que hubieran ganado las elecciones con una ventaja holgada, circunstancia que les hubiera permitido neutralizar determinados anatemas que, pese a todo, no hubieran dejado de producirse. Cabe pensar que unos resultados peores de UPN aunados a unos resultados más airosos para ellos -por ejemplo, que hubieran sido la segunda fuerza política con alguna holgura sobre sus inmediatos seguidores-, les hubiera concedido un mayor margen de maniobra para alcanzar un acuerdo de gobierno con otras fuerzas. Pero el trance al que se hubieran tenido que enfrentar hubiera sido tan agónico, o incluso peor, que el de la encrucijada en la que se encuentran en la actualidad.

No podría ser de otra forma siendo Navarra como es la agonía de España, habiéndose convertido como lo ha hecho en un verdadero casus belli. Lo malo es que allí donde el PP avizora un casus belli termina habiéndolo, como ocurrió en Cataluña y también en Euskadi durante la desdichada segunda legislatura de los populares, y como está ocurriendo ahora en Navarra, donde a los nacionalistas se les está abriendo, al parecer, un futuro con el que no hubieran soñado hace unos pocos años. Es la consecuencia de imponer una terapia irracional a la solución de los problemas emocionales. España no puede ser una emoción allí donde no lo es, pero sí puede ser un buen argumento. Cuando lo que se impone es una contienda entre emociones, y se les impone incluso a los tibios que no sienten ninguna, la que acaba ganando siempre es la que nos vincula a lo más próximo.

El hecho de ser un casus belli de la cuestión nacional no debe llevarnos, sin embargo, a olvidar otros problemas con los que tenían que lidiar los socialistas navarros para conformar un gobierno. Navarra, no lo olvidemos, se constituía en el punto clave de la sospecha, en el quid que podía ofrecer la prueba reveladora del desvarío negociador de Zapatero durante el proceso de paz, esa evidencia de la traición, o de la rendición, que lo descalificaría de manera definitiva para presidir el Gobierno de España. Poco iba a importar que para exhibir esa prueba se recurriera a la mixtificación, o a toda la serie de hipóstasis políticas mediante las que se dejan en suspenso las reglas del juego democrático con el solo fin de promover el exorcismo político. Un pacto de gobierno entre el PSN y Nafarroa Bai demostraría la existencia del pacto previo entre el Gobierno y ETA para la entrega de Navarra, pacto que se canalizaría a través del acuerdo con NaBai, convertida de esta forma en hipóstasis de la organización terrorista y en una formación cuya naturaleza democrática quedaría bajo sospecha. Navarra no sólo es tierra de frontera -y no ya una comunidad con personalidad propia-, sino que es además la frontera de Zapatero.

Con estos presupuestos, cualquier pacto entre los socialistas y los nacionalistas resultaba problemática, por muchas ganas que hubiera de desalojar del poder a UPN, desalojo que hubiera sido de rigor en una circunstancia menos trascendental. Habrá quien aduzca que es justo ese desalojo el que podría propiciar el regreso a la normalidad de la política navarra, al enviar a la oposición al principal agente de tanta trascendencia agónica. Y así sería si los de Nafarroa Bai, cuya naturaleza democrática no pongo en duda, ofrecieran esa garantía de normalidad y no el riesgo de agudizar con tensiones esa misma agonía. Puede que resulte injusta tanta desconfianza, pero los nacionalistas aún tienen que demostrar su inmunidad a determinadas veleidades y su resistencia a las presiones radicales, una debilidad a la que suelen someter a las instituciones en las que gobiernan. Sea como sea, de lo que no hay duda es de que todos esos elementos problemáticos se hallaban ya presentes la noche misma en que se conocieron los resultados electorales y que los socialistas navarros tendrían que haber orientado su decisión con mayor premura, evitando el desconcierto al que han sometido a sus electores y a la sociedad navarra. Podrían haber optado por la vía arriesgada, una apuesta que, de haber salido bien, habría liquidado numerosos fantasmas, incluso a nivel nacional. Cierto que su fracaso les hubiera pasado una fuerte factura, también a nivel nacional, y aunque es más que probable que su dubitativa estrategia y su decisión final de garantizar la investidura de Sanz les vaya a restar crédito en Navarra, podrán al menos salir del trance evitando el riesgo de tener que responsabilizarse de una debacle histórica. Y tanto mejor si todo lo ocurrido sirve para que UPN reconsidere su política.

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