Miradas ocultas
"Tú debes ser bombero". "¿Lo dices por mis manos fuertes, mi porte, mi actitud solidaria?". "No, lo digo porque llevas el casco puesto". Las gafas de sol han pasado de ser complemento a tarjeta de presentación. Llevan mucha más información de lo que parece. Gafas + complejo de perseguido: un famoso que pretende pasar inadvertido. Gafas + actitud eufórica: un famosillo dando la nota. Gafas a juego con pareo-zapatos-bolso-y-biquini: una italiana. Gafas torcidas y tacón roto a las tres de la tarde: noche loca, borrachera descomunal y preludio de resaca. Gafas en discoteca: un hortera. Si se decide llevarlas, hay que saberlas llevar, no como yo, que me zambullo en el mar de un salto liberado y feliz como el de una ballena, y me clavo toda la gafa en la nariz, por olvidar que las llevo puestas. Y saber que el mundo se ve distinto (según el cristal con que se mire: no es lo mismo ver la vida en rosa que en marrón), y te ve distinto porque, aunque digamos que es por protegernos del sol y las arrugas, ¡pamplinas!, ocultamos al prójimo el espejito del alma, para ofrecernos más sobrados, distantes y molones. Ah! y ojo con el tópico que dice que cualquiera está más guapo con gafas. Eso es tan cierto como que el hombre con uniforme da más morbo... a ver, de bombero, sí. De mascota olímpica (en principio), no. Nadie ha dicho que sea una tarea fácil. Hay que estar muy preparado para saber llevar una gafa y no que la gafa le lleve a uno (como bien podría haber dicho Cortázar), para no tentar a la mala suerte y que una gafa te gafe.
Martina Klein, modelo
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