El empresario cómplice
A Jesús le divertía mucho la manera que yo tenía de contar la fundación de Canal +, en plan la película La misión. Un grupo de misioneros audiovisuales, armados de casetes de vídeo y con voluntad gurka que subía río arriba hasta la tribu de los prisa, adoradores del libro, para contarles la buena nueva del evangelio audiovisual.
El caso es que yo siempre mantuve con Jesús una amistad fuera de protocolo en la que el humor, la lealtad y la complicidad fueron norma desde el primer día. Lo cierto es que siempre nos fue muy bien, la amistad personal y sin fisuras se impuso muy por encima de la relación empresarial y logramos emitir juntos muy buenas carcajadas.
Cuando me encargó la arriesgada misión audiovisual en PRISA apostó por la audacia y se olvidó de mi apoteósica inexperiencia en aquellos menesteres tan prácticos, novedosos y costosos. Lo que contaba para Jesús, ante todo, eran tres cosas: la racionalidad del proyecto, las ideas claras y el entusiasmo del equipo. Cuando subíamos río arriba y las fuerzas desfallecían nunca nos faltó el impulso comprometido de Jesús, que ya se había convertido en uno de los nuestros.
Yo nunca supe de la importancia del empresario en una aventura mediática, seguramente porque había vivido esta profesión desde el lado cómodo, hasta que Jesús me enseñó, entre otras muchas cosas, que la comunicación libre y democrática no es posible en este país, o en cualquier país, sin la existencia de empresas fuertes, coherentes y sólidas, al contrario de lo que habíamos aprendido en aquellos torpes manuales de la progresía, que sospechaban por principio del mundo empresarial, y que el éxito, pero no sólo mediático, se basaba por partes iguales en la complicidad simétrica entre la propiedad y los profesionales.
Pero Jesús iba más lejos en su misión de empresario moderno, el mejor que dio este país tan escaso de buenos empresarios, o sencillamente, ay, de empresarios, sino que siempre mostraba una curiosidad impropia de su edad por todos los asuntos relacionados con la modernidad, vinieran de donde vinieran Él sabía del papel de este periódico en la modernización del país, asunto indiscutible, pero también sabía con claridad meridiana que ahora mismo la prioridad era otra, era la modernidad de nuestra vida cultural y esa modernidad sólo podía venir por la nueva comunicación audiovisual sincronizada en tiempo real con la globalización.
Nunca se lo dije y seguramente ya lo sabía, pero a mi querido Jesús le hubiera gustado escuchar entre risas que la tribu de los prisa, y sin renunciar al libro, no sólo se había convertido con éxito al evangelio audiovisual, sino que ya empezaba a exportar misioneros del nuevo evangelio del siglo XXI.
Juan Cueto es periodista y escritor.
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